Juntos, pero no revueltos, en el etiquetado de alimentos: Cartas desde el Imperio

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Verán, tenía muchas ganas de escribir esto. De hecho, lo que voy a escribir hoy es el motivo por el cual me senté frente a usted, decidida a que supiera lo que hacemos en el Imperio.

Lo he pensado mucho y aquí estoy, hoy lo hago. Espero que Darth Vader esté de vacaciones en la costa y no vea que voy a hablar de uno de los temas que más conflictos han provocado entre defensores y detractores del Imperio: el etiquetado y el envase del producto -otro es si el alimento es sano o seguro-.

Y me voy a poner chulita, oiga: en el etiquetado no se engaña. El etiquetado está legislado, autorizado, auditado y analizado. Debemos cumplir la ley. Si no lo hacemos nos penalizan, informan y pueden llegar a retirar el producto del mercado hasta que se corrija. Está regulado desde lo que escribimos hasta cómo lo escribimos, incluso el tamaño de la letra: 1,2 mm. Mídalo, compruébelo y si ve alguna que mida menos, denúncielo. Ya le digo yo que, en productos españoles, dudo que lo encuentre. Está revisado por inspectores de consumo de forma periódica.

Eso sí, dominamos la ley. No se olvide de lo remalos que somos en el Imperio. Usted no tiene por qué saberse la normativa y la culpa de que no mire el listado de ingredientes es nuestra por no ponérselo fácil. Entienda que jugamos con el equilibrio de cumplir la normativa, que usted sepa lo que come y que otros no nos copien la fórmula. ¡Qué vivimos de esto! ¡De hacer el mal!

Hablaremos en otra ocasión de la interpretación del etiquetado, pero así, rapidito, le cuento algún secreto, ya lo veremos más despacio:

  • El listado de ingredientes va ordenado de mayor porcentaje en el producto a menor cantidad, pero ojo, hasta un 2%. Los ingredientes con una representación en el alimento menor a un 2% se pueden poner en el orden que queramos, nos venga bien o nos interese -normalmente el que nos interese-.
  • Si en la denominación del producto aparece el nombre de uno de los ingredientes, es necesario poner el porcentaje en el etiquetado. Por ejemplo: si el producto se llama Yogur de frutas, en la etiqueta obligatoriamente debe poner el porcentaje de fruta, aunque no sea el ingrediente mayoritario.

Lo que más lleva es leche entera, pero como es con fruta tenemos que poner ese 10%.

  • Si lo que ponemos en la denominación no tiene presencia en el producto, buscamos alternativas para hacerle un lío. Verán, algo así:

Le ponemos el porcentaje de azúcar porque en la denominación pone azucarado. Eso sí, este yogur no ha visto ni fresas ni limones ni siquiera en el transporte. Por eso, ponemos sabor a. Importante: lo que nunca miente es el listado de ingredientes.

  • Los alérgenos, ya se lo conté, van de forma diferenciada del resto de ingredientes.
  • También podemos encontrar entre los ingredientes los inapropiados números E- -ahora no se lleva, porque a ustedes no les gustan, pero ponemos glutamato en vez de E-621-.

Y ahora viene lo interesante, el envase. ¡Ay, amigos! Ahí los de calidad imperial tenemos poco que decir. El marketing manda porque está fenomenal que hagamos un producto bueno, seguro y etiquetado de forma legal, pero si usted no lo compra, nuestro trabajo no tendrá sentido.

¿Y cómo hacemos que lo compre? Diferenciando el envase del resto: con los colores más bonitos, el envase más molón -sí, sí que paga por el envase- y con las etiquetas, de lo que a usted le interesa en ese momento, lo más grande posible.

¿Qué no quiere aceite de palma? Pues le ponemos que no lleva aceite de palma en letras gigantes, poco importa que lleve aceite de coco -que es incluso peor-, lo imprescindible es que lean bien grande que de palma, nada de nada. Le hemos engañado y usted tan contento.

Aguántales, y se quedan tan frescos.

Oigan, les cuento un secreto, utilizamos las letras grandes para que no se fije en las pequeñas. Ahora ya lo sabe, haga el favor de leer los etiquetados y no los envases.

Alguien me decía “todo lo bueno que hacéis los del Imperio queda empañado por lo que se engaña en los envases”, es cierto… a medias. No todos.

Las grandes empresas pueden permitirse jugar al margen de la ley, con etiquetados confusos o incluso falsos -etiquetando un pan sin colesterol cuando el pan nunca ha tenido colesterol-. Saben que en lo que se resuelve el tema, usted ya habrá comprado SU pan en vez de otro porque lo que oye por ahí es que el colesterol es malo. Nos nutrimos de sus modas.

En cambio, las empresas pequeñas y medianas, la mayoría, no tienen ganas ni tiempo ni abogados como para meterse en un lío de estos. Quieren hacer un producto bueno, rico y que usted vuelva a comprarlo. No tienen necesidad de arriesgarse a que le retiren un producto del mercado por el hecho de poner un envase o un anuncio con información tergiversada. No hay motivo.

Así que le aconsejo tres cosas: analizar y comparar siempre el etiquetado, notificar si algo está incorrecto y no fiarse de las letras grandes de los envases. Probablemente le estemos ocultando algo.

En la alimentación, como en los bancos, la verdad está en la letra pequeña. Léala.

Y ahora que ya lo han leído todo: no me crean. Observen y duden de todo. En el Imperio no somos perfectos.

¿Encuentran el fallo? ¡Coméntenlo! (Gracias a Marta Serra).

Blog: Cartas desde el Imperio
Twitter: @farmagemma

Razón: La antigua alumna, Gemma del Caño, ofrece su visión y su experiencia en el sector de la alimentación, planteando interrogantes y ofreciendo respuestas.
Temática: Etiquetado de alimentos.
Antiguo alumno: Gemma del Caño Jiménez.
Especialización: Máster en Biotecnología, Investigación y Seguridad Alimentaria de la UEMC. Especializada en I+D y calidad en Industria Alimentaria.
Profesor responsable: María Cruz Rey de las Moras (Dpto. de Ciencias Experimentales de la UEMC).

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