El diálogo interior con la música

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Siempre hemos sabido de las fantásticas propiedades que tiene la música para generar diferentes emociones en las personas a través de su ritmo, melodía o el timbre de los instrumentos. Conocemos su poder como medio para motivar y dar coraje a los grupos para iniciar una acción de lucha, sea ésta una batalla o un partido. También vemos diariamente cómo el cine la utiliza para enfatizar sus escenas y darles un tinte más emocional que nos haga empatizar más rápido con lo que les sucede a los personajes. Además, en los conciertos nos provoca un sentimiento de identificación profundo con lo que expresa el artista y un vínculo especial de pertenencia con el público que está viviendo lo mismo que nosotros, por lo que el espectáculo se convierte en una liturgia pagana que va más allá del propio show artístico.

Todos, por tanto, somos conscientes de la importancia de la música como elemento significativo de nuestra vida personal y social, ya que, entre otras cosas, define ritos culturales, pone banda sonora a nuestros recuerdos y suele ser fuente de diversión y evasión colectiva.

Estos argumentos expuestos hasta ahora están extensamente tratados y mejor explicados en múltiples artículos, por lo que no me detendré más en ellos, pero sí me gustaría comentar la capacidad “afinada” que tiene la música para hacernos conectar mejor con nuestras emociones y poder expresarlas a través de nuestro cuerpo. Es un medio fantástico de introspección y de toma de conciencia con lo que sentimos, que en muchas ocasiones funciona mejor que el lenguaje común, el cual no tiene los matices ni la precisión que la música posee.

En momentos de soledad, escuchar música supone un ejercicio de mirada interior hacia nuestro paisaje anímico, que nos puede ayudar a decodificar el mensaje cifrado de muchas emociones y sentimientos que nos cuesta identificar y definir con palabras. Es una especie de diálogo interior con nosotros mismos, donde la música toma la batuta y va iluminando con ritmos y melodías las emociones que nos costaba localizar con los adjetivos. En este sentido, la música, como cualquier otro lenguaje artístico, nos sirve para adentrarnos en nuestras profundidades inconscientes eludiendo nuestros mecanismos de censura, pues ésta transita por caminos simbólicos que de manera metafórica permite conectarnos directamente con nuestro núcleo emocional, que es la parte más vulnerable y sensible, la cual proyectamos indirectamente a nuestro cuerpo y cerebro emocional, y así se propicia un procesamiento más integral y nítido de nuestras emociones y sentimientos.

Desde este enfoque, convertimos la música en un elemento notable para desarrollar la inteligencia emocional y la creatividad, pues nos ayuda a reconocer y a expresar nuestras emociones de una manera más libre y fluida, sin resistencias ni bloqueos mentales. Éste es un ejercicio muy recomendable sobre todo para los niños y adolescentes. Éstos tienen con frecuencia una mayor dificultad para verbalizar lo que les sucede en su interior y a través de este lenguaje artístico poseen un nuevo alfabeto emocional que les hace tomar una mayor conciencia de sus emociones y ser capaces de expresarlas con su cuerpo mediante representaciones artísticas como el baile o la danza. Por tanto, el arte se convierte en un aliado estratégico para alinear nuestro lado emocional con el racional y así esclarecer mejor cuáles son nuestras verdaderas necesidades insatisfechas, que es la clave del malestar emocional.

Este proceso de comprensión de nuestras necesidades, pasa necesariamente por hacer florecer sin censura las emociones y los sentimientos más profundos y luego analizar pormenorizadamente los posibles motivos por los cuales experimentamos esas emociones. Este paso es bastante complejo y doloroso, ya que supone un enfrentamiento directo con el grado de satisfacción que tenemos con nuestra vida, lo que implica contrastar cuáles son nuestros valores vitales. En este punto es cuando hay que decodificar ese mensaje cifrado que conlleva toda emoción, por lo que todas las emociones que sentimos son necesarias y aunque provoquen malestar es necesario experimentarlo sin ser reprimidas, ya que nos aportan información muy valiosa para comprender mejor nuestro estado afectivo.

La siguiente etapa vendría dada por la regulación de la emoción a través del cuerpo, ya que toda emoción es energía y es necesario canalizarla para que pueda brotar de una forma óptima. Para ello disponemos del baile, una magnífica forma de expresión corporal que permite exteriorizar las emociones y los sentimientos de una forma natural y armónica, sin intelectualizaciones.

Por ello, como sugerencia, invito a padres y madres ávidos de saber cómo se sienten sus hijos, que les pregunten directamente qué escuchan o qué bailan, porque la pregunta no disparará sus filtros conscientes para esquivarla y sus respuestas aunque no sean expresamente sobre sentimientos, revelarán indicios claros sobre su estado de ánimo.

Para darnos cuenta de este hecho, solamente tenemos que recordar algunos himnos generacionales de la música pop-rock para comprender cómo millones de jóvenes de la época proyectaban sus emociones, sentimientos y necesidades en los cuatro acordes de ese hit que me viene ahora a la mente y que no es otro que “Smells like a teen spirit” de Nirvana.

Esa canción especialmente desprendía todo ese maremágnum emocional adolescente que la persona que lo vive en esa etapa no es capaz de entender ni dar sentido y que se manifiesta en rabia, desconexión, inestabilidad, evasión y esa sensación de vacío e insatisfacción que nada puede llenar en ese momento de indefinición. Si esas emociones tan turbulentas se viven con intensidad, suelen producir un secuestro emocional que a la persona le cuesta gestionar y asimilar, pues el poder de arrastre que tienen esas emociones ante la conducta es muy fuerte, algo así como una especie de gravitación que deja a la persona atrapada en esas emociones.

Pero ese es un momento crítico que toda persona tiene que afrontar para poder tomar las riendas de su vida. Para ello, deberá en primer lugar diferenciar claramente tres elementos del proceso: los estímulos desencadenantes de una emoción, las propias emociones experimentadas y las respuestas o conductas emitidas. Esta diferenciación le ayudará a comprender que los eventos externos y las emociones vividas no justifican necesariamente sus conductas desadaptativas y que como individuo tiene que responsabilizarse de sus emociones y sentimientos para poder regularlos y dirigir su conducta con plena libertad y voluntad.

En definitiva, creo que es necesario una educación emocional para nuestros jóvenes, donde la música sería una herramienta imprescindible para que puedan ser conscientes de sus emociones, conocer cómo regularlas y que desarrollen el suficiente autocontrol para tomar las decisiones más idóneas según sus objetivos y prioridades.

Razón: Samuel Ibáñez es orientador laboral en la UEMC, licenciado en psicología social y experto en coaching. La sección de Lecturas desnudas es un espacio abierto a la psicología humanista que pretende comprender mejor nuestros pensamientos, emociones y conductas para disfrutar de la vida.
Temática: La música es un espejo emocional donde proyectamos nuestro estado de ánimo y nos devuelve en forma de metáfora nuestros sentimientos más profundos.
PAS: Samuel Ibáñez Rodríguez. Orientador laboral en el Centro de empleo y carrera profesional (CEMCAP) de la UEMC.
Especialización: Psicología y Coaching.

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