Cuando una empresa o la propia Administración se enfrenta a la labor de diseñar una actividad que tenga interés turístico, hay una serie de aspectos que conviene valorar desde la perspectiva medioambiental. Uno de los factores que se usan para defender la calidad del turista es conocer el dinero que gasta diariamente, presuponiendo que será un ingreso para la zona. A igualdad de gasto global parece razonable pensar que una menor cantidad de turistas gastando grandes cantidades diarias son mejor opción que muchos turistas gastando poco. Al fin y al cabo, la propia actividad vital de una persona supone un consumo de agua y energía, así como una producción de residuos y contaminación. Tal vez por este motivo, proponer un turismo orientado a los consumidores de alto gasto esté mejor considerado que hacer una propuesta hacia un turismo de masas de bajo coste.
No obstante, las cuentas -siendo muy razonables- se suelen hacer más finamente con el objeto de conocer si esos ingresos sirven para desarrollar los pequeños pueblos o, por el contrario, acaban en manos de inversores muy alejados y poco motivados por el desarrollo local. Así es, por ejemplo, que si el gasto realizado acaba en una multinacional (gasolinera, franquicia, constructora, etc.) es más improbable que repercuta en la zona que si el gasto es aportado a un artesano local o a la gastronomía típica. Es por tanto el destino y no tanto la cantidad del gasto, lo que puede tener mayor interés.
En 1961, un afortunado J.F.K pronunciaba en su discurso de investidura “No os preguntéis lo que vuestro país puede hacer por vosotros, preguntaros qué podéis hacer vosotros por vuestro país”. Con esa simple frase pretendía poner en valor cuán importante era lo que cada uno es capaz de aportar. Trasladar esta idea a la práctica del turista en el ámbito rural, además, viene respaldado por la Declaración de Río sobre Medioambiente y desarrollo de 1992* en la que se promueve que los pueblos deben aprovechar sus recursos para su desarrollo de una forma equitativa entre las generaciones presentes y las futuras. La declaración propone, a su vez, corregir las disparidades entre los niveles de vida, fomentando políticas demográficas apropiadas, así como valorar la identidad cultural de las comunidades locales para el desarrollo sostenible mediante el desarrollo de sus conocimientos y sus prácticas tradicionales.
Entonces… ¿Cómo compatibilizar la llegada de los recursos económicos de los turistas con el desarrollo de la idiosincrasia de la zona? Al fin y al cabo, los turistas traen sus costumbres, sus horarios, sus rutas preestablecidas y sus cámaras de fotos llenas de curiosidad.
El reto se podría resolver con una estrategia inteligente a la hora de diseñar las rutas o los itinerarios que venden las agencias de viaje. Un viajero feliz será el que, cumpliendo con sus expectativas, además se lleve como extras ciertas experiencias culturales que le sorprendan positivamente, tal vez sacándolo de su zona de confort pero sin llevarlo a su zona de pánico.
Parece preferible que los gestores turísticos seleccionen como recursos de interés aquellos que permitan tener una estructura básica que cumpla unos itinerarios lógicos en cuanto a horarios, tiempos de transporte, localización de las paradas para la manutención y descansos, mientras que resultará conveniente dar libertad de elección en aquellos otros vinculados a variadas experiencias locales, dejando a gusto del usuario dicha selección.
Así en nuestra región, Castilla y León, se podría incluir en una ruta por sus pueblos, la posibilidad de ser acompañado por un guía local. Éste podría mostrar el interior de alguna vivienda, su cocina, desván y panera, o las antiguas instalaciones ganaderas o agroalimentarias, tales como palomares o bodegas. Igualmente, iniciaría al turista en un taller de artesanía típica como ganchillo o bolillos, o le facilitaría participar en un partido en la pista local de bolos o de petanca, o bien a aprender a cocinar pastas artesanas o iniciarse en la danza tradicional. Es difícil que tan variadas opciones fueran del agrado de todos los viajeros, aunque sí repartirían el gasto realizado entre los habitantes de la población o entre personas vinculadas al turismo local como complemento a sus rentas. Ese turismo interesado en valorar las costumbres, aficiones o gastronomía de la zona, además servirá para ponerlas en valor en los propios habitantes como parte viva de su misma sociedad.
El reto estará, por tanto, en facilitar la tarea a los primeros emprendedores locales para que, mediante el desarrollo de los recursos de su pueblo -a veces intangibles- fomenten actividades valorables por un turista que, a cambio, se llevará la satisfacción consciente de haber favorecido el desarrollo de los pueblos visitados. De este modo, se podrá revertir la ecuación y empezar a considerar que cuantos más turistas, aún de menor gasto, más influirán en diversificar la oferta y, como se proponía en el discurso de J.F.K., se revelará lo que pueden ellos hacer por el desarrollo de su país, de su pequeño país visitado.
* La Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo fue aprobada en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD), que se efectuó en Río de Janeiro del 3 al 14 de junio de 1992 con objeto de promover el desarrollo sostenible.
Razón: El profesor Alberto Pérez Sanz participa bimensualmente en Vuélcate con su sección La abubilla errante. En esta sección opinará sobre diferentes temáticas de actualidad.
Temática: Medioambiente, desarrollo y turismo.
Profesor: Alberto Pérez Sanz. Prof. Dpto. de Enseñanzas técnicas de la UEMC.
Especialización: Innovación alimentaria, viticultura y medioambiente.