Jatoba, en Silueta con voz de mujer

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Verónica María tenía un lunar. Uno de esos lunares que para los hombres era difícil de olvidar. Sobre su muslo izquierdo se refugiaba el dichoso lunar, su mayor encanto. No sabría decir si la línea genética materna era la culpable de este insinuante descaro o sencillamente fue un regalo fortuito de la madre naturaleza. Pero le daba igual, ella lo exhibía con natural gracia como si fuera el único cometa surcando el horizonte.

Tenía una sonrisa blanca y cautivadora. Su larga cabellera era espesa y rizada. Indudablemente estos pequeños detalles físicos la hacían resaltar entre sus tres hermanas. De niña le gustaba deslizarse por la barandilla de caoba del salón. Su estancia en la Isla de Vieques era como una perpetua penitencia. Era en las tardes de domingo cuando el calor del trópico más castigaba la Isla. Por fin, halló la mejor excusa para salir a dar una vuelta en bicicleta. Y así, de esta manera, como un animal desbocado llegaba hasta el límite establecido por la Marina Norteamericana. Bici en mano, y sus pantalones shorts más preciados pronunciaban su dulce silueta de casi una mujer. Se sentía capaz de surcar el horizonte.  Aunque fuera prácticamente imposible, lo intentaría.

No se podía traspasar la barrera que dividía a la isla en dos mitades. Área restringida. Una zona integrada por la sociedad civil y la otra albergaba una extensa área para maniobras y ejercicios militares sin obviar los barracones donde se alojaban los marines.

En fin, no puedes disfrutar ni en tu propio terruño, – pensó

Sin detenerse ni a respirar, dio media vuelta convencida de que algún día se atrevería atravesar la barrera. Como si de una gran misión se tratara, Verónica María sobrellevó con heroísmo una vez más su recorrido dominical. A ciencia cierta nadie se daba el lujo de recorrer el casco antiguo de la ciudad en su bicicleta.

Esta niña se ha convertido en toda una mujer, – le comentó el párroco aquella tarde de domingo a su madre.

Hace mucho tiempo que no la veo en misa, – recalcó.

La culpa la tiene su tía Clara que la consiente al máximo, – replicó su madre.

Doña Elvira estuvo casada con un ingeniero alicantino durante quince largos años. Sin darle explicaciones a ningún miembro de la familia puso tierra por medio. Un día como otro, se levantó contrariada y se marchó junto a sus hijas a la Casa Grande que había heredado de su abuela materna en esa isla abrupta y prácticamente invadida por un gobierno militar extranjero. Ella era una madre abnegada que llevaba años tejiendo chaquetitas para cada una de sus niñas, de modo que llevar la supervisión de la finca y la distribución de la cosecha le impulsaría a emprender. Residir de ahora en adelante en aquella isla supuso un cambio radical en su vida. Crecer. Respirar su propia libertad y demostrar que ella era capaz eran pensamientos que merodeaban su mente. Puro empoderamiento.

Llegó a ser una de las proveedoras más joven de la costa este de la Isla Grande. No se dejaba regatear, y viajaba a Fajardo dos veces al mes para buscar nuevos centros de distribución de hortalizas en la Isla Grande.

Sus amistades más allegadas nunca lograron comprender su comportamiento. Nadie entendía cómo había sido capaz de abandonar a un hombre que daba la vida por permanecer a su lado. Un hombre que dedicaba gran parte de su tiempo al arreglo de la maquinaria de relojes de cuco.

Mira que dejar a un hombre que no te ha dado ni un solo motivo, – escuchó en más de una ocasión.

Y es así como Elvira María optó por ponerse el mundo por montera. A sabiendas que la figura paterna era insustituible en la vida de sus hijas, acordó con su padre que pudiera visitarlas dos veces en el mes. Al principio, fue bastante agotador el tener que dar explicaciones de la ausencia de Esteban. Por ello, recurrió a su hermana Clara para que le echara una mano con la crianza de sus cuatro hijas. Ella y Clara conversaban en las mañanas con referencia a los estudios de las niñas. Todas, menos Verónica María, tenían profesores de refuerzo escolar en el área de las matemáticas. Madison, Elena, Alejandra y Verónica María eran fruto de una relación nada precipitada pero sí mal encarada. Elvira María se esforzó en enseñar a sus hijas a ser independientes. Pero lo único que no pudo enseñarles fue a desprenderse de la figura paterna. El amor que profesaban a su padre era inefable. Por ello, una tarde de verano, según habían llegado a la isla se ingenió una ceremonia para reforzar la autoestima de sus cuatro hijas manteniendo sus mentes ocupadas en sí mismas. La ceremonia consistía en obsequiar de manera simbólica un talento a cada una de ellas. Un talento que debía recibirse con las manos abiertas en señal de humildad.

Madison, te obsequio el talento de la paciencia. No la vayas a perder, -le dijo- clavando sus ojos de color azabache sobre el tierno rostro de su hija.

Elena, a ti te obsequio el talento de la mansedumbre para que logres contener ese volcán que llevas dentro. Así serás capaz de compartir tu paz.

Alejandra, como es natural, eres la más capacitada para discernir lo correcto de lo incorrecto. Por ello, te obsequio con el talento de la sabiduría.

Y tú Verónica María como eres la menor, te obsequio con el talento de la inmortalidad. Cada vez que te sientas desfallecer recobrarás la fortaleza y la vitalidad. Serás capaz de reconfortar al afligido.

De esta manera, Elvira María y sus cuatro hijas enfrentaron el día a día que les había tocado vivir. La casa familiar sería pues un aposento de vidas consagradas al bienestar de sí mismas y de los demás. Por otra parte, Vieques se convertiría en un refugio más que familiar.

Esteban tenía un carácter apacible.  Conformista y muy ingenioso eran las dos características que mejor le describían.  En cambio, Elvira María era astuta y sagaz. Supo desde el día de su boda que su vida no podía estar destinada a esa relación tan monótona.  ¿Qué podía hacer? Durante muchos días imaginó e inventó excusas para retrasar la fecha de la boda. Fue en balde. Cada minuto de cada hora idealizó sin tregua que tanto la ceremonia como su destino caminaban sendas diferentes.

Vivía exasperada porque nunca se vio ante tal encrucijada. Tenía mucho por vivir, trabajar, conocer y ordenar. Se empeñó en lograr que todas estas cosas sucedieran consecuentemente y ser de paso una mujer feliz era algo que su familia añoraba incansablemente. El día menos pensado dio un manotazo sobre la mesa de Jatoba del comedor y respiró profundamente como si fuera la última vez que lo hiciera.

Me marcho, – se dijo a sí misma.

Pero con mis hijas, – dijo en voz alta.

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Con la vista perdida en el patio, un día de diciembre como tantos otros, Verónica María dio por fin con el plan perfecto de atravesar la barrera de acceso restringido mandada colocar por las autoridades norteamericanas. No supo bien en qué momento le llegó aquel deseo inaplazable de ver con sus propios ojos el mar. El llamado del mar es tan profundo e inexplicable que ni su propia madre podía retenerla en casa. Por más que le advirtió su madre que era una verdadera locura realizar tal osadía, ella no atendía a razones.

Se hablaba en la ciudad que gran parte de la isla estaba destinada a arriesgadas maniobras militares con tanques de guerra y otras prácticas desconocidas para gran parte de los ciudadanos de Vieques.  Sin olvidar que todo ello resultaba ser un verdadero sacrilegio para el medio ambiente. El vertido de pólvora sobre la arena no solo alteraba el ecosistema marino, sino que era prácticamente imposible la regeneración de éste. Tanto es así que comenzaba a gestarse en el ambiente un aire de hastío y furia ante esta situación. Al desgaste medioambiental se sumaron los riesgos que las detonaciones de cientos de ejercicios suponían para la salud de los viequenses. Era inevitable. Vieques se había convertido en un laboratorio para conducir innumerables “experimentos con bombas de todo tipo, propulsores, luces de bengala, casquillos, napalm, uranio reducido y otras combinaciones de sustancias químicas (García, 1999)”. No obstante, en gran parte de la sociedad civil existía el miedo de que las autoridades norteamericanas no se tomaran la molestia de limpiar adecuadamente las bombas acumuladas en la costa de Vieques, al menos la parte este, donde el acceso a la población está totalmente restringido. La misma gente que un día vio con buenos ojos la llegada de la marina norteamericana, hoy se sentía aterrorizada e indefensa ante la realidad que le había tocado vivir.

Sin detenerse a respirar, Verónica María se desplazaba en su bicicleta por la calle principal de la isla. Agarrada al manubrio no sentía ni la más mínima gota de llovizna.

Esto lo le impediría hacer su recorrido, -pensó.

Pero hoy estaba convencida de que llegaría a acceder al área restringida por la Marina. Traspasar la barrera era su objetivo y hoy sí se atrevería. Hoy lograría divisar el mar desde lo alto de la colina. Desde la otra mitad de la isla, respiraría la libertad oprimida por el invasor. Mientras pedaleaba pensaba en lo unida que se sentía a su madre. Esa mujer que le había transmitido las mismas manías, el mismo valor y los deseos de luchar por el futuro político de su patria. Sin duda era eso. Las tertulias políticas secundadas por su madre le habían calado hondo. En su afán de realizar algo distinto no visualizaba que su hazaña pudiera ser considerada una provocación a la autoridad. Por ello, tomó la decisión de acercarse poco a poco a la barrera con el fin de confirmar el cambio de turno del oficial de guardia.

Fueron justamente quince minutos de gloria. Se bajó de su bicicleta y la colocó suavemente sobre el terreno húmedo. Verónica María pensaba que podía volar si quisiera.  Quince minutos pisando suelo boricua. Libre de ataduras y tareas académicas. Respiró, sintió y creció durante escasos minutos. Pero lo mejor de todo es lo que sus ojos alcanzaron a ver. Detrás de un bosque de jatoba pudo descubrir el azul del mar.

Por esta vez me he salvado…pero quizás mañana resulte amonestada, pero he logrado ver el color del mar, – pensó

“Los ejercicios militares representan una de las perturbaciones más severas de los ecosistemas naturales con un legado nefasto a nivel global…Como agravante a este problema, se conoce poco sobre la magnitud de la contaminación. Los gobiernos se niegan a participar de procesos transparentes de divulgación completa de los tipos y las cantidades de sustancias químicas que utilizan en sus ejercicios de entrenamiento y experimentación militar.

Esto conduce a peligros ambientales potencialmente graves. Los compuestos explosivos no solo causan daños físicos al ambiente donde detonan, sino que también pueden tener consecuencias a largo plazo debido a trazas de contaminación o subproductos que permanecen e inclusive se bioacumulan en el ambiente”. (Véase a https://theconversation.com/descubren-extranas-bacterias-en-una-de-las-lagunas-mas-contaminadas-del-planeta-174113)

 

 

La isla municipio de Vieques está localizada en la costa este de Puerto Rico. Vieques posee bellos y variados recursos naturales. Entre la riqueza natural de Vieques se destacan las bellas playas de arenas coralinas, dos bahías bioluminicentes y majestuosos arrecifes de coral. Sin embargo, la belleza paradisíaca de Vieques ha estado empañada por los últimos 60 años debido a la ocupación militar de dos terceras partes de la isla por la Marina de guerra de los Estados Unidos de Norteamérica (EE UU). Durante 60 años la gente de Vieques ha luchado para devolver la paz y la tranquilidad a esta bella isla, demandando la inmediata demilitarización de Vieques.

(Véase a Alicea Carlos (2000) Vieques (Puerto Rico) contra la marina de guerra de EE UU: lucha anticolonialista y lucha ambiental. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/153408.pdf).

La madera Jatoba es una madera tropical con origen en América del Sur. Sus masas forestales se ubican en México, Brasil, Bolivia y Perú principalmente. Sus masas forestales son poco numerosas pero estables. Es una especie muy presente en el comercio de exportación e importación de madera.
De igual manera, el personaje femenino de este relato es una mujer firme en sus convicciones que no sucumbe ante los acontecimientos varios que le acontecen.

Razón: Silueta con voz de mujer responde al nombre de la colaboración literaria mensual que la profesora del Grado en periodismo semipresencial, Ruth Amarilis Cotto Benítez, efectuará en Vuélcate. Se trata de una serie de relatos cortos que empoderen a las mujeres.
El logo de su colaboración ha sido cedido por el pintor Alejandro Conde. Se trata de su obra titulada Mujer con sombrero.
Temática: Breve historia de una madre valerosa y sus hijas y cómo se enfrentan día a día a una serie de circunstancias. Todas son mujeres fuertes y resistentes como la madera Jatoba.
Profesor: Ruth Amarilis Cotto.
Especialización: Filología Inglesa. Dpto. Ciencias Sociales (UEMC).

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