Cuando nos comunicamos usamos palabras. Esas palabras para algunas personas tienen un contenido único mientras que para otras se encuentran cargadas de significados e incluso de ciencia. No contentos con esto, nos encontramos generando una gran combinatoria a la hora de agruparlas y, además, se han de interpretar en su contexto… ¡Menudo gazpacho!
Conceptos tales como cambio climático, calentamiento global, efecto invernadero, energía solar, placa solar, panel solar fotovoltaico, desarrollo sostenible, economía circular o, por qué no, presos políticos o políticos presos, de alguna forma tienen que ver con el medioambiente y con nuestras decisiones, pero no es tan imprescindible su conocimiento preciso. Me explicaré.
El problema se da cuando el exceso de conocimiento se convierte en un gran gazpacho que al final no nos permite existir en coherencia. Simplemente, nos estamos haciendo dependientes de un continuo consumo de información que, por confusa y recurrente, acaba siendo un ruido de fondo inútil para la realización de acciones en nuestro nivel.
El desconocimiento de los principios de la macroeconomía, de las leyes de resistencia de materiales, de los fundamentos de la electrónica o de los arrebatos en el diseño textil no nos impiden tomar las adecuadas decisiones a la hora de organizar nuestras cuentas, comprar el coche adaptado a nuestras necesidades, usar internet o comprar unos preciosos calcetines. Sin embargo, parece necesario tener que comprender los complicados mecanismos del clima, de la estadística, de la traducción de los artículos de investigación, del funcionamiento de las placas solares o de la gestión de los residuos urbanos para darnos por enterados de que nuestro rol como ciudadanos no tiene por qué pasar por combinar todos esos ingredientes de información sino simplemente actuar a nuestro nivel cuando ya los expertos nos lanzan sus recomendaciones.
El antídoto siempre será mantener la confianza en los expertos en comunicación que deberían saber hacernos llegar las recetas que nos sean útiles en la medida de nuestras posibilidades y sin necesidad de abrumarnos con fundamentos científicos -que quedarían irremediablemente circunspectos a aquellos que se dedican a su estudio con profesionalidad. Está claro que, incluso sin conocer los matices de las palabras que usamos en la cotidianidad, nos estamos permitiendo opinar de la validez de las conclusiones alcanzadas los expertos, y eso es porque hablar de medioambiente está de moda.
Un ciudadano sabedor de la importancia del medioambiente en un ascensor:
- “Que calor hace hoy, esto es por el cambio climático”
- “Que calor hace hoy, esto es por el calentamiento global”
- “Que calor hace hoy, esto es por el efecto invernadero”
- …
Para echarle la culpa a algo de esa calorina en una rapidita y agradable conversación de ascensor, lo mismo hubiera dado que usara a los también sospechosos: capa de ozono, manchas solares, ascenso de nivel de las aguas, calima africana, anticiclón en las Antillas incendios en Murcia, derretimiento de los casquetes o pérdida del mato grosso brasileño,… qué más da.
Al fin y al cabo, en un sitio tan confinado como es ese metro cuadrado de ascensor, no es plan ponerse a discutir con la vecina del sexto, a la que antes o después pedirás el azúcar, o con ese vecino del bajo que te ha de recoger las prendas cuando se caen al patio de luces o, en general, con ese vecindario que ha de votar favorable pintar el portal en la próxima reunión extraordinaria.
Y es que los matices científicos, o las causas de ese persistente calor -mientras al tiempo te invade ya en el portal un intenso olor a pollo al ajillo con vino blanco y, además, vas cargado de tomates en esa bolsa del súper deseando hacerte un gazpacho-, pierden completamente el interés. Al fin y al cabo, qué más da si la solución es cosa de los políticos y además ni ellos se ponen de acuerdo.
Y digo yo… qué necesidad científica tiene un paisano de saber cuáles son las causas de que vaya a haber fuertes sequías en África con millones de desplazados, o una irregularidad en el régimen de lluvias que suponga una pluviometría menor que la media de los últimos 30 años con millonarias pérdidas para los agricultores, o que aumenten las lluvias torrenciales y los desastres naturales o que el pedrisco destroce los brotes de los olivares o que se acomoden en nuestro territorio las plagas propias de otras latitudes,… qué necesidad. ¿No será que no queremos actuar a nuestro nivel? ¿No será mera excusa para la procrastinación?
Qué necesidad tiene de saberlos si se traslada la sensación de que sus decisiones individuales no van a poder cambiar nada de eso. En realidad, esa ciencia, esa causalidad expuesta en los breves resúmenes de los “papers” científicos a los artículos de papeles (periódicos), se transforma en espectáculo cuando ya da igual todo, cuando pensamos que no hay nada que hacer, cuando ya no compromete. Mientras los prescriptores de opinión tan solo accedan a los artículos de investigación científica buscando el morbo de alguna aportación científica va a ser complicado que el ciudadano de a pie piense que con sus decisiones puede cambiar algo. A veces pienso que se prefiere anunciar algún descubrimiento flor de un día, suficientemente seductor para mantener la atención de la audiencia que otro demasiado comprometedor para cambiar comportamientos. Esa es la gran mentira de decir grandes verdades, algo así como una posverdad aplicada a la sección de CIENCIA de los medios.
La sensación, por tanto, de no poder hacer nada para cambiar las cosas se ha implantado y así tras llegar al hogar, dulce hogar:
- Si el cambio climático se debe a la pérdida del mato grosso y yo no voy a plantar árboles allí, entonces qué le vamos a hacer…y mientras pelo mis ajitos.
- Y si los polos se están descongelando y yo no puedo ni subir tan cargado por las escaleras, qué voy a hacer yo en el polo, -“madre mida que caló”-, entonces qué le vamos a hacer…y mientras saco los tomates de su bandeja de plástico y la tiro sobre la peladura de los ajos.
- Y si las lluvias torrenciales han arrasado tres pueblos en África y yo no puedo ni convencer a los vecinos de que pintemos la escalera para esconder esa gotera tan fea, entonces qué le vamos a hacer… y mientras pongo el aire acondicionado.
- Y si las playas de Murcia van a perder sus arenas si sube el nivel del mar, y yo soy más de mis playas salvajes, entonces que le vamos a hacer… y mientras lavo con abundante agua mis tomates ya que no son ecológicos.
- Y si los olivares de mi Jaén van a sufrir sequías y los viñedos de mi Ribera van a recibir más pedrisco y yo no voy a estar allí para regarlos ni para combatir los granizos, entonces que le vamos a hacer… y mientras busco en el estante esas botellas de PET de aceite y vinagrito para echar a mi gazpachito.
- Bueno… Creo que me sentaré a tomar este pedazo de gazpacho mientras busco vuelos baratos a las Antillas, no sea que esto del cambio climático me deje sin arrecifes de coral. Me preocupa lo que ha dicho el vecino del cuarto, el científico, parece ser que también el cambio climático debe estar liándola por allí. Da gusto hablar con él, es un pozo de sabiduría.
Puedes dejar ya de pensar globalmente y ACTUAR localmente.
Sonia Parratt Fernández. 2005. El lema «piensa globalmente, actúa localmente» del desarrollo sostenible y los medios de comunicación. Politika: Revista de Ciencias Sociales = Gizarte Zientzien Aldizkaria, ISSN-e 1885-9488, Nº. 1, 2005, págs. 99-107.
Razón: El profesor Alberto Pérez Sanz participa bimensualmente en Vuélcate con su sección La abubilla errante. En esta sección opinará sobre diferentes temáticas de actualidad.
Temática: Medioambiente, comunicación de mala calidad, información inútil para la sociedad.
Profesor: Alberto Pérez Sanz. Prof. Dpto. de Enseñanzas técnicas de la UEMC.
Especialización: Innovación alimentaria, viticultura y medioambiente.