Nos tocó la china

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Cuando el 15 de marzo de 2020 toda España se queda confinada en casa, pasamos en poco tiempo del estupor a la resignación por una situación tan extraordinaria como grave. Con el paso de los días y la escalada de cifras nos fuimos sumiendo en un estado catatónico, tomando conciencia de la realidad, sufriéndola y anticipando las catastróficas consecuencias que podrían venir después.

Los momentos más duros de la pandemia han destapado lo mejor de nuestra sociedad, con muchos y maravillosos ejemplos de personas y colectivos entregados en dar lo mejor para superar la situación. Pero también han desvelado lo más despreciable en no pocos casos individuales y en colectivos que no han estado a la altura de las circunstancias. El yin y el yang.

Nadie discute el papel fundamental que han jugado los trabajadores de sectores esenciales: sanitarios, cuerpos y fuerzas de seguridad, ejército, sector primario, industria alimentaria, distribución y venta de alimentos, farmacias, transporte de mercancías, etc. De entre ellos, es justo destacar a los trabajadores sanitarios, médicos, enfermeras y auxiliares que han estado en la primera línea de combate, jugándose la vida y sorteando todo tipo de adversidades. Han hecho lo máximo que han podido con lo poco que han tenido a su alcance.

Porque el Sistema Nacional de Salud no estaba preparado para una amenaza como esta; no ya por falta de medios, sino por falta de previsión: no existía un plan de contingencia o protocolos a seguir. Ni estaba prevenido a nivel nacional, ni al autonómico. De hecho, hemos visto con rubor cómo diecisiete más una administraciones hicieron la guerra por su cuenta, tanto para aprovisionarse como para no coordinarse en los peores momentos; ojo, que a nivel supranacional no nos hemos quedado cortos tampoco con la actuación de la Unión Europea. Ni siquiera tras superar la primera ola de contagios hemos sido capaces de reflexionar, unir fuerzas y buscar sinergias. Sin entrar a valorar el agravante de los egoísmos regionalistas y nacionalistas, lo de la descentralización del Estado lo hemos llevado a niveles tan extremos y absurdos que paradójicamente transgredimos uno de sus fundamentos -o pretextos-: proporcionar un mejor servicio al ciudadano. ¿Este episodio será suficiente para que se elabore una estrategia nacional sobre emergencias sanitarias, o para que se determinen los sectores e industrias críticas que el Estado debería proteger garantizando unas dimensiones y aprovisionamiento básicos? A pesar del Dictamen del Congreso de los Diputados, no lo creo.

Pero por un breve momento dejemos al margen lo que depende de la política y hablemos de lo que depende de los profesionales sanitarios. Sin quitar mérito al colectivo, echo de menos algo de autocrítica y un corporativismo más honesto. Conocemos las limitaciones que vienen impuestas “de arriba”, pero el funcionamiento ordinario, los protocolos asistenciales y la gestión de los recursos son de su responsabilidad. ¡Que no somos perfectos, hombre! Que la pandemia del coronavirus ha provocado daños colaterales que han sufrido fundamentalmente los pacientes de otras patologías “no COVID”, algunos con consecuencias mortales y otros de los que tardaremos en saber su gravedad. A mí me tocó la china, afortunadamente con consecuencias menos graves, hasta ahora. Mi dolencia no fue detectada en el tiempo que hubiera sido normal debido al exceso de celo en detección y protocolos COVID-19. “¿Pero estás bien, no? Pues da gracias” fue el argumento del médico para justificarse cara a cara en la consulta una vez superado el episodio. Hubiéramos quedado como amigos si reconociera que la situación del hospital condicionó los riesgos que corrí. Y a pesar de todo estoy de acuerdo con él en una cosa: doy gracias.

En pleno confinamiento (el original, el primero, el chungo de la primera ola) nos sentíamos todos compungidos y solidarizados, crecidos en la adversidad pensando que ‘cuando todo pase‘ volveríamos más fuertes y unidos. Ni de coña. En unas semanas se nos olvidó todo, comenzó la gresca y a tirar p’alante, cada uno a lo suyo. Vamos para ocho meses dejándonos en el camino entre 36.000 y 60.000 muertos en España y esto no ha acabado. Superamos la primera ola y ahora nos encontramos en la escalada de la segunda, que se presenta con otros matices, pero cuya envergadura amenza casi más que la primera a la salud y a la economía. Pero seguimos sin darnos cuenta de la gravedad de la situación, será que no vimos bastantes muertos.

La segunda ola viene, además, con mar de fondo de enfrentamientos, crispación, bronca… Una ola de bataola: de bulla y ruido grande; fiel reflejo de la inmadurez de la sociedad española. Valores como la unidad, el bien común, la honestidad, la empatía y la humildad están extintos. Nos tocó vivir en una sociedad infantil incapaz de asumir responsabilidades; ni los políticos, ni los ciudadanos. Nos tocó la china.

“No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país” (John Fitzgerald Kennedy).

Twitter @DaniTomix
Instagram DaniTomix

Razón: ‘Enfoque Tomix’ es una selección de imágenes comentadas con las que descubrir algo nuevo a través de la óptica particular de @DaniTomix (Instagram y Twitter).
Temática: Efectos colaterales del coronavirus.
PAS: Daniel Tomillo Colomo. Departamento de Admisiones y Marketing UEMC.
Especialización: Observar, indagar para descubrir algo y aprender antes de dormir.

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