Hace unas semanas, el joven historiador Rutger Bregman afirmaba en su última obra que, en la sociedad actual, en lo único que creemos es que no hay que creer en nada. Basta con leer (o, al menos, repasar) los principales titulares del prensa del primer trimestre de 2017. En la mayoría subyace la misma premisa: los hechos no importan. Por eso, el Diccionario Oxford denominó a la posverdad como palabra del año. Y es que ya no importa si algo es verdadero o es falso, sino que valoramos su poder de persuasión o convicción personal por encima de todo.
En este contexto de relativismo en todos los aspectos de nuestra vida, las semillas del determinismo, opuestas a la libertad e independencia del individuo, germinan por sí solas, sin necesidad de ahondar en cuidados y atención. Distinto es el caso de la ciencia, que demanda recursos para poder seguir existiendo.
Pareciera que el conocimiento nacido al calor del trabajo de científicos ya no está de moda, y que somos más libres por habernos despojado de jorobas, yugos o crucifijos. Sin embargo, la verdad importa. Y mucho. Sin ella, no somos más que presas ingenuas en manos de quienes saben de su importancia. Así cualquier superchería tendrá un hueco en nuestras vidas.
Reconocer nuestra libertad sólo pasa por entender que es consustancial a la veracidad de lo que se cree. Si la fe conduce únicamente nuestras existencias, vamos ciegos sin nuestra capacidad de pensar.
Razón: Artículo de opinión en el marco del periodismo científico sobre el “El positivismo es un humanismo”, capítulo del libro de Jesús Zamora (2005) Ciencia pública-ciencia privada: reflexiones sobre la producción del saber científico. México. Fondo de Cultura Económica.
Temática: Actualmente los hechos no importan en favor de las creencias.
Alumnos: Roberto Abad.
Curso: 2016-2017.
Asignatura: Periodismo especializado.