Superada la mitad del siglo XIII el rey de Castilla y de León, Alfonso X el Sabio, prometió aspirar a ser emperador del Sacro Imperio Romano Germánico: es lo más, decía. El fecho del Imperio no era empresa fácil, ya que requería muchos dineros y alianzas. El match que nos atañe se produjo harto lejos, en el norte, porque el rey Haakon IV de Noruega también quería colocar su salmón más preciado, rubio y de metro setenta, en Castilla: la princesa Kristina de Noruega.
Los reyes se prometieron fidelidad y para sellar su promesa acordaron el matrimonio: nuestra princesa prometida, el regalo dorado, se casaría con alguno de los cinco hermanos del rey castellano. Como por esos años aún no se había inventado el Tinder, la vikinga se reservó la elección en persona, malo sería que no hubiera alguno de su gusto. Y a fe que hizo bien, porque entre curriculum, semblante y talante, no escogió lo mejor sino lo menos malo.
El infante prometido resultó ser don Felipe de Castilla, que había sido orientado a la carrera eclesiástica por su padre Fernando III el Santo. Fue abad de la colegiata de Santa María de Valladolid y de la colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias, pero no parecía el hombre muy metido en ese papel y cuando la extranjera apareció en escena dijo: ¡Tate!, esta es la mía. Así que dejó de prometerse con Dios y se casó con Kristina en la misma colegiata de Valladolid el 31 de marzo de 1258.
Cristina perdió su rango y su K, pero a cambio arrancó al infante una promesa: levantar una ermita en honor a San Olav, patrono de Noruega. La pareja se fue a vivir a Sevilla, recién reconquistada; y a morir también: La flor del Norte se marchitó en 1262, sin dar fruto, a los 28 años de edad. No sabemos si la musha caló de Sevilla fue demasiado para la escandinava, si la nostalgia fundió su lozanía, si acabó jartá de flamenco o si fue emponzoñada con rebujito… Ojo con esto, que su momia se encontró con algunos remedios medicinales para enfermedades del oído y el riñón.
El sepulcro de Kristina de Noruega se encuentra en la Colegiata de Covarrubias, pero ni don Felipe, ni el rey, ni Cristo que lo fundó hicieron lo más mínimo por construir la ermita prometida. Han tenido que pasar 750 años para que alguien hiciera caso a la pobre doña Cristina y aunque ella no se hubiera imaginado cómo sería su Ermita de San Olav la promesa ha quedado cumplida.
«Me llamo Kristin Haakonardóttir, hija y nieta de reyes, princesa de Noruega, infanta de Castilla. Me llamaban La flor del norte, El regalo dorado, La extranjera, y, en los últimos meses, La pobre doña Cristina». Espido Freire (2011). La flor del Norte.
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Razón: ‘Enfoque Tomix’ es una selección de imágenes comentadas con las que descubrir algo nuevo a través de la óptica particular de @DaniTomix (Instagram y Twitter).
Temática: La princesa Kristina de Noruega.
PAS: Daniel Tomillo Colomo. Departamento de Admisiones y Marketing UEMC.
Especialización: Observar, indagar para descubrir algo y aprender antes de dormir.