El día 11 de febrero de 1521, estando el banquero Pantaleón Vieri en su casa de Valladolid, entraron en ella «a las diez oras de la noche» los capitanes Pedro de Tovar y Juan López de la Puente, el maestrescuela Juan de Collados, los mercaderes Pedro y Alonso de Valladolid, el bachiller Francisco de Vega y el maestre Felipe «con otra mucha gente armada» para pedirle dineros. Y porque contestó que no los tenía, «dixeron muchas palabras feas e que le saquearían la casa e ge la derrocarían». Según el interrogatorio del juicio, las diatribas verbales parece que llegaron hasta tal punto que el frenero Vera incitaba a la gente exclamando: «¡Cruçifýquenle e denle vn cordel a los cojones, qu’él dirá lo que tiene!»
Por iniciativa del obispo Acuña los diputados y el capitán Tovar con sus alabarderos fueron a la noche siguiente al convento de San Benito, habitual “banco de depósito” y “caja fuerte” de muchas familias nobles, donde se secuestró el cofre de Pantaleón con 505.000 maravedís. Por esas fechas la causa comunera necesitaba acuciante financiación y la Junta de Comunidad en la ciudad enviaba a sus recaudadores para obtener dinero voluntaria o forzosamente. Además, todo aquel que no se sometía a la voluntad de la Comunidad podía caer en desgracia y ser tratado como traidor o sospechoso con la amenaza de la confiscación de bienes, el encarcelamiento y el destierro.
A más a más, el citado Acuña, obispo de Zamora (por sus correrías casi podríamos decir que es donde menos tiempo estuvo), se había encargado también junto a Juan de Padilla de saquear y destruir pueblos y propiedades de los nobles en los alrededores de Valladolid: Mota del Marqués, Torrelobatón, Tordehumos, Cigales, Mucientes, Trigueros del Valle…
La rebelión de los Comuneros o Guerra de las Comunidades de Castilla (1520 a 1522) fue un movimiento reflejo provocado por la llegada al poder del rey Carlos I, colofón de un largo tiempo de interinidades e inestabilidad en el Reino. No tanto por el hecho de comenzar su reinado, sino por cómo lo comenzaba: Carlos era un chaval de 17 años que desconocía las costumbres y el idioma y vino a Castilla rodeado de flamencos (de Flandes). Las Cortes de Valladolid lo juraron Rey en 1518, pero obligándole a aprender castellano, exigiéndole un trato respetuoso con su madre y también reina Juana I “La Loca” (recluida en Tordesillas), impidiéndole que nombrara a extranjeros para los cargos de gobierno de Castilla y prohibiéndole que gastara dinero de Castilla fuera del reino. Nada que no sea de sentido común comunero.
Pero Carlos se pasó los fueros por el forro y para colmar la paciencia castellana pidió más dinero para sufragar los préstamos solicitados por su elección como emperador. El despotismo imperial exhibido en las Cortes de Santiago de Compostela y de La Coruña en abril y mayo de 1520 terminó por provocar progresivamente el levantamiento de las ciudades con representación en Cortes.
Levantamiento, revuelta, alzamiento, sublevación… sí, aunque con un matiz fundamental: que el fin no era derrocar el poder del Estado (al Rey), sino admitir su jerarquía sometida -eso sí- al control de las Cortes castellanas. De hecho, del impulsivo arrebato inicial se pasa a un proceso juicioso de reflexión del que surge la Ley Perpetua de 1520, considerada por muchos el primer antecedente del constitucionalismo español. Los Comuneros pensaron que ya que iban a exigir había que aprovechar para reformar algunas cosillas como la independencia judicial, medidas anticorrupción, derechos y libertades individuales, una hacienda pública y un orden económico al servicio del reino; y claro, atar en corto al rey limitando sus gastos, supervisando algunas de sus decisiones y dándole a las Cortes un mayor protagonismo en el gobierno. O sea, cosas de sentido común comunero.
El proyecto reformador de las Comunidades de Castilla se gestó en Ávila y se presentó a la reina Juana I en Tordesillas con el fin de obtener su legitimidad. Por esos días de agosto de 1520 las tropas realistas provocan el incendio de Medina del Campo y con ello el conflicto se intensifica. Pero Juana finalmente reúsa dar su apoyo explícito a la causa comunera -no sabemos si por locura o cordura- y aquí se agota la vía pacífica de resolución.
Desde entonces se suceden los enfrentamientos armados y algunos intentos de negociación. La causa comunera pierde fuelle por las adhesiones que logra Carlos I mediante su valido Adriano de Utrecht y porque los intereses económicos de comerciantes y burgueses de gran parte del territorio se encuentran más resguardados por el paraguas del poder real establecido. El sentido común comunero languidece, se radicalizan sus posturas y se agravan sus actos, como en el caso del banquero Vieri.
Y así llegamos al principio del final: la batalla de Villalar (23 de abril de 1521), donde el ejército comunero es derrotado sin paliativos y ejecutados sus tres principales cabecillas Padilla, Bravo y Maldonado. Sin juicio previo, sí, porque ya desde antes estaban condenados por el Edicto de Worms por rebeldía y traición a la Corona. “No somos traidores, sino celosos del bien público y defensores de las libertades del reino”, replicó Juan Bravo a la lectura de su sentencia.
Cada año Castilla y León rememora en tal día aquella derrota, el fracaso de una rebelión que no tuvo éxito porque sus postulados eran demasiado adelantados a su tiempo. El espíritu comunero solo resulta de sentido común si lo enfocamos desde el siglo XXI.
“Desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar”
(“Los comuneros”, 1972, romance escrito de Luis López Álvarez)
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Razón: ‘Enfoque Tomix’ es una selección de imágenes comentadas con las que descubrir algo nuevo a través de la óptica particular de @DaniTomix (Instagram y Twitter).
Temática: Levantamiento de los Comuneros de Castilla.
PAS: Daniel Tomillo Colomo. Departamento de Admisiones y Marketing UEMC.
Especialización: Observar, indagar para descubrir algo y aprender antes de dormir.
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