En el texto los autores establecen que la historia cultural está ligada a los avances tecnológicos que desde el siglo XIX permitieron mejoras en la comunicación, el aprendizaje y el entretenimiento. De todos los dispositivos que surgieron, la pantalla ha sido sin duda, la que ha sentado las bases para alcanzar lo que se denomina la hipermodernidad1, en la que estamos inmersos hoy en día y en la que ha desembocado lo que han denominado cultura-mundo. Una cultura distinta de la conocida hasta entonces y que se extiende globalmente.
Todo comienza con la aparición y desarrollo del cine a finales del siglo XIX. Ya en el primer tercio del XX se gesta lo que sería la cultura visual, a través del cine americano, que utilizaba un lenguaje que era comprendido fácilmente por el público, erigiéndose Hollywood como fábrica exportadora de estrellas a nivel mundial. Además de la industria cultural2 del cine, la industria musical y la televisiva también han evolucionado y han permitido la penetración y difusión de los nuevos “ídolos planetarios”, convirtiéndolos en productos de consumo individual y de masas al mismo tiempo.
Desde los años cincuenta el televisor empieza a formar parte de la cotidianeidad del ser humano, y se convierte en un símbolo de bienestar y consumo en los países desarrollados. A través de él se transmiten los grandes acontecimientos históricos y culturales de la época que se difunden a todos los rincones del planeta. Se empieza a detectar lo que McLuhan denominó la «aldea global”3, mediatizada e integrada en una nueva forma de cultura, a través del lenguaje creado por la imagen directa e instantánea. Entra también en juego la publicidad. que genera nuevas necesidades de consumo. El bombardeo de información e imágenes a través de la pantalla del televisor provoca una unificación en la percepción del mundo de la masa mundial en las décadas posteriores, y se adelanta a la situación actual: solamente existe lo que aparece en la pantalla. La imagen se impone durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, convirtiéndose en el medio de comunicación dominante, y cambiando la visión del mundo a todos los niveles: económico, político y social.
Esta perspectiva se vio reforzada a partir de los años ochenta, donde entran en juego los ordenadores personales y la red de redes: internet, que se convierte en el vehículo crucial de la cultura-mundo. Ahora todo el planeta está conectado y unido por el mismo lenguaje digital, y se ha vuelto dependiente de la tecnología que cambia a una velocidad vertiginosa, provocando una mayor brecha entre los países con menos recursos económicos, y haciendo que su población sea más vulnerable.
Las pantallas son el “gran hermano” de nuestra vida actualmente. Vivimos rodeados de ellas y algunas nos vigilan día y noche, como las cámaras de seguridad o el sistema de localización de los teléfonos móviles. Hemos pasado, como apuntan Lipovetsky y Lerroy, de “homo sapiens a homo pantalicus”. Nadie concibe hoy en día ninguna información que no se reciba a través de una pantalla, ya sea en el trabajo, en casa o en la calle4. La forma de consumir y crear cultura también se ha visto modificada gracias al uso de internet y las plataformas digitales como las ya conocidas Netflix, Amazon Prime o más recientes como Apple TV, donde se crea una falsa sensación de libre elección de contenidos por parte del consumidor, pero de esta manera se uniforma el gusto de los usuarios de manera global, porque la oferta, salvo excepciones, suele ser la misma en todas ellas. Por otro lado, la creación cultural ya no es una faceta exclusiva de artistas y autores, ahora cualquier usuario con un teléfono móvil y determinadas aplicaciones puede convertirse en artista y difundir su “obra” a todo el mundo con unos pocos clics.
Uno de los grandes problemas que se plantea además es la ingente cantidad de información que cada persona recibe por diferentes medios: televisión, periódicos digitales, blogs, redes sociales, mensajes de WhatsApp, Telegram etc. Se hace pertinente la cuestión que se plantean Lipovetsky y Lerroy y a la que me sumo en forma de pregunta: ¿cómo educar a los individuos y formar espíritus libres en un universo que rebosa información? Si todos utilizamos el mismo buscador, seguramente Google (empleado por el 91,53 % de los usuarios de internet), cuyo algoritmo nos devuelve como primeros resultados los sitios mejor posicionados, sin que sean los más adecuados a nuestras necesidades en algunas ocasiones. Lo cierto es que nos hemos vuelto demasiado vagos para revisar más allá de los tres o cuatro primeros resultados de una búsqueda, de ahí la importancia de que una página aparezca en los primeros puestos de la lista.
Por otro lado, existe el tema de los algoritmos como los “nuevos prescriptores de cultura”. Al comprar entradas, entrar en la web de museos o buscar un cuadro, vamos dejando nuestro rastro por la web, que sirve a las empresas que pagan por esos datos que todos aportamos cuando estamos conectados, y que hace que recibamos sugerencias sobre productos y servicios similares, a veces en un lapso de tiempo tan mínimo, que debería darnos qué pensar.
En realidad, la tecnología no es mala, todo lo contrario, los avances tecnológicos casi siempre han redundado en beneficio para el conjunto de la sociedad, pero el uso -o mal uso- que se hace de ella es lo que debe valorarse. Como ya he comentado, suscribiendo lo dicho por Lipovetsky y Lerroy, todo aquello que no aparece en una pantalla, parece que no existe, sobre todo en las generaciones más jóvenes que se pueden denominar nativos digitales. En una sociedad cada vez más individualista como la nuestra, que puedes tener más de un millón de amigos en Facebook y sentirte solo; que tienes disponible el saber universal, pero te crees lo que recibes a través del WhatsApp de tu colega; que piensas que tu vida no merece la pena porque no apareces como la famosa o el famoso de turno en Instagram, o cualquier otra red erróneamente llamada social, sonriente y en lugares de ensueño, algo falla. El otro día sin ir más lejos, una amiga que ha sido madre recientemente me comentaba que lo había pasado mal después del parto, y que no entendía cómo las madres que aparecían en Instagram aparecían tan felices y divinas. A todo esto, hay que añadir la inmediatez con que se suceden las noticias y acontecimientos, cuya fecha de caducidad es tan breve, que lo que hace diez minutos era lo más cool, ya ha dejado de serlo, y casi se ha olvidado.
No hay que perder de vista que, de cumplirse las predicciones del gobierno austriaco sobre un posible apagón mundial, si este fuera permanente, la sociedad tal y como la conocemos hoy retrocedería hasta volver al estado tecnológico de mediados del siglo XIX al no disponer de electricidad, por lo que millones de pantallas quedarían inservibles. Por si acaso, iré buscando una radio de las de toda la vida.
Bibliografía
Adorno, T. y Horkheimer, M. (2007). Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos Madrid. Akal. Obtenido de: https://books.google.es/books?id=CyE-CEklM8C&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false
Lipovetsky, G.; Serroy, J., (2011). La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada, Anagrama, Barcelona.
Diferentes tipos de pantallas publicitarias en la Gran Vía de Madrid.
Fotografías: Carmen Arroyo Martín
[1] Para Lipovestky la hipermodernidad es una nueva modernidad que arrastra con rapidez a todas las esferas sociales, desde la economía hasta la cultura, pasando por el consumo y la comunicación.
[2] En los años cuarenta del siglo XX, Theodor Adorno y Max Horkheimer habían introducido el término de industria cultural en su Dialéctica de la Ilustración.
[3] Término que se asocia al filósofo canadiense Marshall McLuhan, que implica una interconectividad humana a escala global generada por la evolución tecnológica de los medios de comunicación.
[4] Se han incluido unas fotografías al final del texto para ilustrarlo.
Razón: La alumna Carmen Arroyo Martín colabora con el blog Vuélcate con su sección Cultura, creatividad y sociedad. En esta primera colaboración se centra en un ensayo realizado en la asignatura Fundamentos teóricos de las Industrias culturales y creativas, del Máster UEMC en Dirección y Gestión de Industrias Culturales y Creativas (Semipresencial).
Temática: Texto de Lipovetskty y Serroy (2010) procedente de su libro La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada.
Alumno: Carmen Arroyo Martín.
Especialización: Máster en Dirección y Gestión de Industrias Culturales y Creativas (Semipresencial).