En los anales de la historia de El Bierzo (León) hay un episodio que bien podría figurar en el libro del Génesis: la encarnizada rivalidad entre las villas hermanas Villafranca y Ponferrada por el título de capital de la efímera provincia del Vierzo (1821-1823). Como los mellizos bíblicos Esaú y Jacob, estas dos hermanas porfiaron por ser elegida la primogénita de la nueva y flamante provincia. Ni la mismísima Virgen de la Encina pudo evitar tan enconada disputa. Las Cortes de 1821 hicieron las veces de patriarca Isaac, decidiendo quién recibiría tal bendición capital. Espóiler: buen vino y botillo berciano son más que unas lentejas a mano.
Ponferrada, como Esaú, confiaba en sus virtudes innatas y su posición consolidada. Era cabecera de partido judicial e incipiente centro industrial y comercial del que despuntaba una nueva burguesía. Su Ayuntamiento (468 almas), viendo peligrar su estatus, presentó una instancia a las Cortes afirmando que Villafranca carecía de “todas las ventajas que reúne Ponferrada”. Los ayuntamientos de Camponaraya y las Cabreras se sumaron más tarde en su favor y el diputado Sr. Romero Alpuente, don Juan, añadió que en Ponferrada “hay todo lo que debe concurrir en una capital o cabeza de partido.” Además, cargó directamente contra Villafranca por su ubicación “en un monte del que no se puede salir cuando las aguas crecen…”. El diputado concluía su intervención tocando fibra sensible: “¿Por qué hemos de trasladar la capitalidad a Villafranca tan solo porque hay allí canónigos, que son los que lo llaman todo, y la hemos de quitar a Ponferrada, donde estaba ya antes, y para donde tienen sus caminos hechos, reside su comercio, y donde miran su felicidad aquellos pueblos?”
Por su parte Villafranca, como Jacob, aguardó la mejor ocasión para hacer valer su candidatura. En la villa se asentaba el poder tradicional encabezado por el clero y la pequeña nobleza. Su estrategia fue clara: convencer a las Cortes de que la capitalidad le correspondía por derecho. El dictamen inicial de la comisión ya la favorecía destacando su centralidad, mayor población (690 almas) y mejores edificios públicos. Pero además de destacar sus virtudes, se defendió de los ataques de su hermana Ponferrada y así el Ayuntamiento de Villafranca, junto a sus aliados de Vega de Valcarce, Corullón, Trabadelo, Barjas y Coto de Balboa, acusó a Ponferrada de «manejos reprobados […] para hacer pasar por opinión general de la provincia lo que era suya particular”.
La discusión la acabó zanjando el diputado Sr. Clemencín Viñas, don Diego, miembro de la comisión que presentó el informe, reiterando los cuatro “motivos poderosos para preferir a Villafranca. […] El primero que Villafranca tiene población mucho más considerable que Ponferrada.” Segunda: “Villafranca se aproxima al centro de la provincia del Vierzo mucho más que Ponferrada.” Tercera: “La facilidad de las comunicaciones […] Villafranca está en el camino real que va de la capital de España a Galicia: por allí transita el correo, y las órdenes y contestaciones se reciben mucho antes que en Ponferrada.” Cuarta: “La abundancia de edificios públicos que se puede proporcionar en Villafranca con mucha superioridad sobre Ponferrada.” Y por si no había quedado suficientemente claro, el diputado Sr. Subercase Krets, don Juan, que había sido inspector de caminos en Villafranca del Bierzo, remachó que “una de las producciones de aquel valle, y casi la única, es la del vino. La mayor parte de éste se extrae, y no tiene otra salida que por Villafranca, y seguramente nada por Ponferrada.”
Como hizo Isaac en el relato del Génesis, las Cortes otorgaron la bendición a Villafranca, que se llevó la primogenitura, el vino y el botillo; y Ponferrada un triste plato de lentejas. El veredicto se publicó en la Gaceta de Madrid el 16 de octubre con el nombre de provincia del Vierzo, su capital Villafranca. No obstante y para mayor escarnio de Ponferrada, la denominación final que aparecería en el Decreto de 27 de enero de 1822 fue provincia de Villafranca.
A pesar de todo, la historia fue efímera, puesto que El Bierzo fue oficialmente una provincia española durante apenas dos años, hasta el 1 de octubre de 1823. La rivalidad quedó como un eco del pasado. Pero si algo nos enseña esta pugna fraternal es que en El Bierzo los caminos siempre llevan a una buena historia, ya sea por un plato de botillo o de lentejas.
Propina
Por si nuestro desocupado lector estuviera, además, desubicado en los anales de esta historia, ha de saber que el primer tercio del siglo XIX en España fue especialmente convulso y voluble. Entre 1800 y 1833 desfilaron por el escenario peninsular el pusilánime rey Carlos IV con su ambicioso primer ministro Manuel Godoy; el feo, fofo y felón rey Fernando VII; los ‘Bonapartes’ Napoleón, el emperador, y su hermano el rey José I Bonaparte; y otros muchos personajes secundarios. Y en cada acto de la representación tocaba un género distinto: la aburrida tragicomedia con Carlos IV; la estremecedora tragedia con la invasión francesa y la Guerra de la Independencia (1808-1814); y las tres sátiras melodramáticas protagonizados por la estelar pareja Fernando VII y la Pepa: el Sexenio Absolutista (1814-1820), el Trienio Liberal (1820-1823) y la Década Ominosa (1823-1833).
En el exiguo tiempo en el que reinó la Constitución de Cádiz (de 1812 a 1814 y de 1820 a 1823), se crearon las Diputaciones Provinciales –como la de Valladolid en Puebla de Sanabria– y se pusieron en marcha sucesivos trabajos para determinar la división provincial del territorio español. Desde 1814 también reinaba Fernando VII, pero hasta 1820 los liberales no pudieron cantarle el “Trágala” tras acatar obligado la Constitución.
El Trienio Liberal (1820-1823) fue un tiempo breve pero intenso: dentro, en las Cortes, con la siempre trompicada puesta en marcha de los mandatos constitucionales tanto por la división de la Cámara como por las maniobras dilatorias y tretas del rey; fuera, en la calle, con una marcada polarización social entre absolutistas y liberales que acabaría contagiando a las propias Cortes; y más allá, en ultramar, con la consolidación de las rebeliones en los territorios americanos.
El movimiento revolucionario contra el absolutismo del rey con el que se inició este periodo, el Pronunciamiento de Riego, quedó legitimado por las Cortes. Tal osadía es equiparable a la que 3 siglos atrás protagonizaron los comuneros y por ello las Cortes quisieron reconocer “beneméritos de la patria en grado heroico” a Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, haciendo gala de un renovado sentido común comunero. Pero a veces la historia se repite y el destino depararía el mismo trágico final. El colorín colorado de esta historia lo pusieron los Cien Mil Hijos de San Luis que invadieron la península para rescatar al rey del liberalismo, abolir la Constitución el 1 de octubre de 1823 y ajusticiar a los insurrectos.
Esta lucha fratricida entre españoles fue simultánea a la lucha fraternal entre Ponferrada y Villafranca. Pero por suerte, Ponferrada y Villafranca acabaron como sus homólogos Esaú y Jacob: reconciliados como buenos bercianos. Y como su padre Isaac era ciego, dijo que como que él no había visto nada y El Bierzo quedó reintegrado para siempre en la provincia de León.
“En orden a las provincias que se establecen de nuevo, hay más libre elección para sus capitales, por no haber pueblos que lo hayan sido anteriormente; y aun cuando es imposible evitar en todas partes la rivalidad con que aspiran a serlo algunos pueblos de una misma provincia, con todo, no es tan sensible dejar de adquirir como perder lo que ya se tiene.” Dictamen de la comisión para el proyecto de división del territorio. Diario de Sesiones de las Cortes del 1 de octubre de 1821.
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Temática: Cementerio de Comillas.
PAS: Daniel Tomillo Colomo. Departamento de Admisiones y Marketing UEMC.
Especialización: Observar, indagar para descubrir algo y aprender antes de dormir.