Doña Francisca era una mujer ruda, algo arisca, pero respetada por ser la viuda de un marinero muy querido en el pueblo. Por su carácter tenía cierta tendencia a meterse en problemas, aunque siempre se las arreglaba para salir airosa. Todos los días iba a misa y se sentaba en el mismo banco de la primera fila, pero su sordera era cada vez más severa y cada día e pa ba se cía más di cil… ¿eh? ¡Qué digo que cada vez oía menos! Así que un buen día se dijo:
– Paca, ¿pa qué te tragas todos los días el sermón si casi no te enteras de ná? ¿Pa qué, Paca, pa qué? ¡Mira!, ahí delante tienes esas sillas libres y se oirá mucho mejor. Ya verás como por fin te enteras de lo que cuchichea el cura cuando parte la hostia y la echa en el cáliz.
Así que en un arrebato de osadía, allá que fue. Su rictus cambió en un tris de la tensión de la operación relámpago impecablemente ejecutada al deleite de lograr el objetivo y aterrizar sus posaderas en tan grato asiento. Ni comparación con el frío y duro banco, ya lo creo. Además, se trataba de una vistosa silla de caderas con incrustaciones de conchas de mar, brazos en suave curva, asiento y respaldo tapizado en terciopelo rojo, flecos de hilo de seda del mismo color y detalles geométricos bordados en pan de oro. Sobre el asiento, un precioso y muy cómodo cojín rojo rematado con borlas en sus cuatro esquinas. Y oiga… ¿Mande? Que vaya si se oye mejor. ¡Y qué a gustito con el cojincito!
Pero el regocijo se truncó cuando un hombre se plantó delante de nuestra Paca y espetó con voz grave y encendida (y algo de melodía):
– ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? ¿Qué clase de aventura has venido a buscar? Las albarcas te delatan, nena. Estás fuera de sitio.
Era Don Apolión, el duque del infantado, que reclamaba su privilegiado lugar en la iglesia. A Paca le vino un pensamiento fugaz: Mujer fatal, siempre con problemas. Pero de inmediato, como si las albarcas tuvieran muelles, dio un brinco y plantó cara al duque, levantándose al unísono, cual acto reflejo, los demás feligreses presentes. Todos a una contra los privilegios de los duques. Don Apolión salió volando. Y tras la bronca todos dijeron que mientras haya prerrogativas para los señoritos, que no volvían a esa iglesia.
Algo así debió suceder en el siglo XVI en la iglesia gótica cuyas ruinas forman parte del actual cementerio de Comillas. La iglesia quedó abandonada, utilizándose solo su cementerio anejo, hasta que a finales del s. XIX se amplía y reforma éste bajo la dirección del arquitecto modernista Luis Doménech y Montaner. Además de los vistosos elementos como los pináculos del muro perimetral, el arco de la entrada o la propia reja de la puerta, destacan el mausoleo de Joaquín Piélago y especialmente la sobrecogedora escultura del Ángel Guardián o Ángel Exterminador, obra de José Llimona.
No intentes atraparme… Ya he aprendido a volar.
Pero, hete aquí que el ángel llegó volando de otro sitio, porque se esculpió para el mausoleo del hijo mayor del primer Marqués de Comillas. Serían sus fastuosas alas desplegadas, no sé, pero el caso es que la escultura no cabía en el panteón familiar del Palacio de Sobrellano y fue donada al pueblo, acabando en el actual y muy privilegiado emplazamiento.
“Y tenían sobre sí al ángel rey del abismo, cuyo nombre hebreo es ‘Abaddon’, en griego ‘Apollyon’ y en latín tiene el nombre de ‘el Exterminador’”. (Apocalipsis 9, 11)
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Razón: ‘Enfoque Tomix’ es una selección de imágenes comentadas con las que descubrir algo nuevo a través de la óptica particular de @DaniTomix (Instagram y Twitter).
Temática: Cementerio de Comillas.
PAS: Daniel Tomillo Colomo. Departamento de Admisiones y Marketing UEMC.
Especialización: Observar, indagar para descubrir algo y aprender antes de dormir.