Según la primera acepción que facilita la Real Academia de la Lengua, la memoria es la “Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado”. Cuando oigo o leo algún artículo sobre la memoria, viene a mi mente la imagen del cuadro la Persistencia de la memoria1 de Salvador Dalí (1904-1989), uno de nuestros genios universales, que habría cumplido 120 años en 2024.
El cuadro fue pintado en 1931 y al parecer Dalí se inspiró en un paisaje de Port Lligart (Cadaqués), lugar donde residió el pintor casi toda su vida y donde se encuentra la Casa Museo Salvador Dalí; así como en el queso Camembert a la hora de representar los relojes blandos (que es también como se conoce el cuadro), que simbolizan el paso del tiempo; y, quizás, en la teoría de la relatividad de Albert Einstein o en alguna de las teorías sobre la relación entre los sueños como el camino que conducen al inconsciente de Sigmund Freud (1856-1939).
En este cuadro surrealista se representan objetos cotidianos que pierden su significado original. En el caso de los relojes, un objeto tangible y de uso habitual, se contraponen a la memoria y el paso del tiempo, que es algo subjetivo y diferente para cada uno de nosotros. A medida que nos hacemos mayores los recuerdos archivados en nuestro cerebro, van poco a poco, salvo excepciones, percibiéndose de forma diferente a como ocurrieron y a los sentimientos originales que nos inspiraron, devolviendo unos recuerdos en cierta manera distorsionados; llegando en algunas ocasiones a resultarnos difícil de distinguir si aquello que se nos presenta a modo de fotogramas extraídos del archivo de nuestra memoria ha ocurrido así realmente o lo hemos soñado. Dalí consideraba que sus cuadros eran fotografías de sus sueños, lo que él llamaba “fotografías de sueños pintadas a mano”. Al menos él dejó para la posteridad plasmados esos sueños en un formato tangible, pero nosotros cada vez imprimimos menos fotografías, que podrían dar testimonio de nuestra vida.
Antes de la llegada de las cámaras digitales, las familias conservaban como un tesoro las fotos impresas, a las que siempre podían volver para recordar a familiares y acontecimientos ocurridos en tiempos pretéritos. Con los teléfonos de última generación se pueden realizar y guardar una ingente cantidad de imágenes, pero hay que tener una gran fuerza de voluntad y tiempo para ordenar y clasificar las fotografías acumuladas en el dispositivo, que pueden abarcar varios años. Muchas veces las fotografías se borran al cabo de un tiempo al no disponer de suficiente memoria en el móvil, ocupando su lugar otras más recientes, por lo que todos esos momentos anteriores si no han sido guardados se habrán perdido para siempre. Con la gran importancia que se da a la cultura de la imagen en nuestra sociedad actual y teniendo en cuenta que aquello que no se acompaña de un documento visual no ha existido, cada vez será más complicado retener momentos claves de nuestra vida en la memoria, puesto que esta se satura de imágenes cada vez más fugaces. No obstante, todavía alguno de nosotros imprimimos alguna foto que queremos conservar y nos trae buenos recuerdos, algo tangible que persista en nuestra memoria.
1 El cuadro se conserva desde 1934 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, Moma https://www.moma.org/collection/works/79018.
Razón: La antigua alumna Carmen Arroyo Martín colabora con el blog Vuélcate con su sección Cultura, creatividad y sociedad.
Temática: El impacto de las tecnologías digitales en la memoria.
Antiguo alumno: María Espinosa Lorenzo.
Especialización: Máster en Dirección y Gestión de Industrias Culturales y Creativas (Semipresencial).
Profesor responsable: Carmen Arroyo Martín.
Maravilloso, siempre leo estos posts, me encantan.
Me ha encantado Mamen. Salvo contadas excepciones, no hago fotos con el móvil ni tampoco guardo las que no me interesan, pero sí paso a un disco duro las que quiero que se queden en mi memoria…a fin de cuentas, en una «memoria» quedan… Pero no hay nada comparable a coger un álbum de fotos y repasar, hoja a hoja, esos tiempos pretéritos 😉
Como palabras que se lleva el viento, cuántas fotos habrá que merezcan la pena y qué poco reparamos en ellas. Gracias, Mamen.