Un estudio publicado en la revista científica Nature Human Behavior en el año 2018, tuvo como objetivo averiguar la cantidad de dinero que necesita una persona para generar el sentimiento de felicidad. El trabajo fue realizado por Andrew T. Jebb de la Universidad de Purdue, como investigador principal, a través de una encuesta representativa mundial de más de 1,7 millones de participantes entre 164 países, donde se concluyó que, a pesar de que la felicidad si aumentaba a medida que los ingresos lo hacían, se descubrió un punto óptimo por el cual el dinero deja de aportar satisfacción a las personas.
La “saciedad de ingresos” a la que se refieren los autores del estudio, la fijaron aproximadamente en 95.000 dólares para la evaluación de la vida a nivel mundial, y de 60.000 a 75.000 dólares para el bienestar emocional. El motivo que han encontrado para explicar esta saciedad, es que el dinero es importante para la satisfacción de necesidades básicas más inmediatas, pero, en el momento de estar cubiertas, la influencia que pueda ejercer sobre la felicidad deja de ser trascendente, ya que confluyen también otros deseos tales como buscar más ganancias materiales, o participar en comparaciones sociales, lo que contradictoriamente podría reducir el bienestar.
La paradoja de Easterlin. ¿El dinero incrementa la felicidad?
El primer economista en investigar la relación entre la felicidad y el nivel de renta monetaria, fue el profesor estadounidense Richard A. Easterlin de la Universidad del Sur de California en el año 1976.
Una vez superada la Segunda Guerra Mundial, con la victoria de los aliados sobre Alemania y Japón, Estados Unidos experimentó un fuerte crecimiento económico que llegó a prolongarse durante varias décadas. Utilizando una serie de datos recopilados entre los años 1946 y 1970 y organizados bajo la Escala de Autoatribución de Cantril (1965)1, el profesor Easterlin logró demostrar empíricamente que no existía ninguna tendencia considerable entre ingresos y felicidad, concluyendo, en contra de lo que se pensaba por aquel entonces, que el incremento de la renta del individuo no aumenta el bienestar subjetivo de éste y, por consiguiente, el dinero a pesar de ser un medio para satisfacer necesidades básicas, no determina la felicidad.
Para analizar si la paradoja de Easterlin presenta el mismo efecto en un país culturalmente tan distinto como es España, cuya sociedad se caracteriza por ser más extrovertida, cálida y en general más feliz con respecto a sus vecinos del norte de la Unión Europea; la publicación científica de Jorge Turmo, Óscar Vara y Ángel Rodríguez de la UAM (Universidad Autónoma de Madrid) del año 2008, puede arrojar evidencias en el sentido de confirmar o refutar dicha paradoja.
Según datos recogidos en varios años, los investigadores observaron que el ingreso per cápita en España, entre 1980 a 1990, creció en un 28,6 %; desde 1990 a 1995 un 6,75 % (con una recesión de por medio en el año 1992); desde 1995 a 2000 del 19,55 %; y entre el 2000 al 2005 un 9%.
Al valorar conjuntamente todos los años de la muestra, y transformando las cantidades al euro, se aprecia un aumento de la renta por habitante en estos 26 años, de 9.530 euros en 1980; 12.250 euros en 1990; 15.650 euros en el 2000; hasta 17.060 euros en el 2005, con una ralentización económica de por medio sufrida.
En lo que respecta a la forma de cuantificar el bienestar de la población, el estudio se basó en las Encuestas de Valores Mundiales (WVS), así como en la Encuesta de Valores Europeos (EVS), entre cuyas preguntas realizadas destacan dos: La primera, ¿Cuál es su grado de satisfacción actualmente? Indíquelo entre una escala de 1 (nada satisfecho) hasta 10 (totalmente satisfecho); y la segunda, ¿Cuál es su grado de felicidad actualmente: Nada feliz, Poco feliz, Bastante feliz, o Muy feliz?
Los resultados que se obtuvieron señalan que tanto el PIB per cápita como el bienestar se incrementaron conjuntamente entre los años 1981-1990, destacando por encima del resto aquellas respuestas con una mayor satisfacción personal. En el siguiente período de 1990-1995, hubo un menor crecimiento del PIB por persona y con ello una menor satisfacción que se justifica por su tendencia en negativo. Finalmente, en los dos últimos períodos de años (entre 1995 – 2000 y 2000 – 2005), el aumento de la renta per cápita no consiguió aumentar el nivel de satisfacción personal a pesar de haber un evidente crecimiento económico, ya que la satisfacción apenas experimentó variaciones destacables.
Los investigadores de la UAM concluyen que no existe correlación entre el ingreso monetario y la satisfacción personal (felicidad) en España, incluso mencionan que en los países más desarrollados de Europa cuando la felicidad llega a un nivel máximo, deja de crecer e incluso decrecer según la cantidad de renta de la cual se disponga.
Todos los trabajos que prosiguieron a la tesis defendida por Easterlin en 1976, lograron atenuar el mito que elevaba el “crecimiento económico” como el único camino posible que tienen los gobiernos para incrementar el bienestar del conjunto de la sociedad. Ahora se sabe que no es así, y que es preciso incorporar políticas públicas adicionales para mejorar la percepción subjetiva de la felicidad de sus ciudadanos.
También es importante, en este punto, no confundir bienestar personal con “situación de no pobreza”, ya que, a pesar de la incesante miseria o indigencia que continúa asolando a los denominados “países pobres” o “en vías de desarrollo”, cuando se trata de medir cualitativamente la felicidad de sus habitantes, los resultados no siempre cumplen las previsiones iniciales, como por ejemplo, aquella idea intuitiva de que las personas ubicadas por debajo del umbral de la pobreza son más infelices.
El bienestar objetivo – malestar subjetivo. ¿Los pobres son felices?
Albert Hirschman2 llegó a definir que el bienestar de un individuo depende tanto de su estado actual de satisfacción, como de su satisfacción futura esperada. Para entenderlo mejor, el economista alemán lo comparaba con el embotellamiento de tráfico en un túnel. Si ciertos coches se mueven mientras la otra fila no lo hace, el conductor puede generar expectativas de movimiento entre los demás conductores parados. Sin embargo, si ninguna fila se mueve, la esperanza del conductor se puede transformar en frustración. Hirschman, con el citado ejemplo mental, quería defender la hipótesis sobre que los individuos están en constante comparación con el resto para determinar si su bienestar ha mejorado o no, por tanto, la manera de definir la felicidad dependería de dicho factor, a los que se añadiría los aspectos históricos y la propia diversidad humana.
Para profundizar un poco en la relación entre la pobreza y el bienestar de las personas, resulta interesante citar lo ocurrido en la República del Ecuador en el año 2008, cuyo el Gobierno impulsó una nueva metodología multidimensional para medir la pobreza y “el buen vivir” de sus habitantes. El objetivo que se perseguía, era el de obtener datos más precisos que pudiesen localizar las distintas carencias que experimentan los hogares durante el mismo tiempo, más allá de la conocida falta de ingresos económicos o de consumo.
La publicación por parte del investigador ecuatoriano René Ramírez de su libro “Igualmente pobres, desigualmente ricos” (2008) analiza cuantitativamente y cualitativamente la situación de la pobreza, desigualdad y bienestar de la región desde un enfoque objetivo y subjetivo. El autor señala que, a pesar de la recuperación económica que tuvo el país, tras convulsionar con la Crisis Financiera de 1999 donde se terminó adoptando el dólar estadounidense como moneda nacional, los indicadores empleados mostraban que la pobreza había disminuido objetivamente. Sin embargo, según la Encuesta de Ingresos y Gastos de los Hogares Urbanos (ENIGHU) del 2003, el 73% de la población afirmaba que, desde la dolarización, su situación había empeorado. Esta situación revela la destacable discrepancia existente entre los grados de pobreza objetiva y pobreza subjetiva de cada sujeto. Además, si a esto se añade el aumento de la desigualdad económica, la probabilidad de que las personas que subjetivamente se perciban como pobres, también aumenta.
Avanzando en esta línea, sobresale el análisis cualitativo (no representativo) que incluyó René Ramírez en su investigación del año 2006, a través de entrevistas personales a 60 personas que vivían en las parroquias más pobres de las provincias de Azuay, Bolívar, Manabí, Pichincha y Los Ríos del Ecuador. Lo que se buscaba era identificar denominadores comunes en contextos diferentes de la percepción subjetiva de la pobreza que tenía cada persona. Llama la atención los siguientes testimonios que se citarán literalmente:
“Una persona pobre sería alguien de bajos recursos económicos, nosotros no podemos decir que no tenemos nada, nada, nada de recursos, sino que sí tenemos algo para vivir, pero no como para tener grandezas o hacer inversiones, pero para solventarlos en la comida tenemos” (Hombre mestizo de 34 años. Parroquia Salinas, Bolívar).
“¡Y ya qué más queda! Tengo que resignarme con la vida misma. Comemos, trabajamos y gastamos la plata (dinero) que ganamos y el fin de semana ya gastamos. No se puede hacer más, no vamos a hacer como otros que se mueren ahorcándose porque no tienen posibilidad de vivir bien. Pero uno no puede hacer eso, hay que vivir conformes de cómo Dios nos da la vida” (Mujer mestiza de 49 años. Cantón Chinquintad, Cuenca).
En el primer testimonio del hombre mestizo de Bolívar, a pesar de ser considerado pobre objetivamente (su ingreso es inferior a 2 dólares diarios), resulta curiosa su manera de referirse en tercera persona a la pobreza (no se siente incluido), razón por la cual se puede afirmar que el factor económico no es lo más importante a la hora de valorar su propia felicidad.
En cambio, en el segundo testimonio de la mujer mestiza de Cuenca, la pregunta que se le efectuaba era si estaba satisfecha o no con su vida, notándose en su respuesta una sustitución de descontento por resignación. La explicación que puede darse es que algunas personas pobres consideran que han llegado a lo máximo que pueden aspirar y alcanzar, por lo que minimizan las expectativas de futuro para evitar sufrir innecesariamente con la desilusión de no lograrlo.
El economista constató en su estudio que, a pesar de que un individuo no es considerado pobre por ingreso monetario (bienestar objetivo), dicho individuo sí experimenta un sentimiento de insatisfacción personal al no poder alcanzar el mismo nivel de vida de aquellos estratos sociales con mayor riqueza de su entorno (malestar subjetivo), cumpliéndose. en este caso, la hipótesis de las “comparaciones sociales” de Albert Hirschman.
Finalmente, en lo que respecta al sentimiento de pobreza y el sentimiento de felicidad, se ha podido constatar que la diferencia existente entre ambas es lo suficientemente significativa. Mientras3 que alrededor del 70% de la población ecuatoriana se percibía a sí misma como “pobre”, sólo el 19% aproximadamente se sentían “infelices”, demostrándose así que no necesariamente estar por debajo de la línea de la pobreza por ingresos implica no experimentar satisfacción personal con la vida.
¿Si el dinero no da la felicidad, entonces qué lo da?
Según el Informe Mundial de la Felicidad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) del 2018, Finlandia con una puntuación de 7,63 sobre 10, fue la nación con el mayor número de habitantes que se sentían “más felices” en comparación con el resto de los 155 países incluidos en la clasificación. Los sigue de cerca, Noruega, Dinamarca, Islandia y Suiza. Estados Unidos se ubica en el puesto 18 y España en el 36. En lo que respecta a América Latina, destacan Costa Rica como el mejor ubicado, y Venezuela como el país más infeliz de la región.
Para dar respuesta sobre las posibles fuentes de bienestar que experimentan las personas, se acudirá a otra encuesta elaborada por Ipsos Global Advisor on Global Happiness en el año 2019. Dividido por países, el informe señala los distintos aspectos que vinculan la satisfacción que se tiene con la vida, por ejemplo: para el caso de España, según los datos aportados en el estudio, la felicidad reside en la salud y el bienestar físico, los hijos, las relaciones sentimentales, la seguridad personal y saber que su vida tiene sentido (42% en esto último). En cambio para Latinoamérica, el bienestar emocional lo encuentran en la familia, en el estado de la economía y los amigos (un 56 % en Argentina). Para Japón sobresale la cantidad de tiempo libre del cual pueden disponer (un 31%). Los habitantes de la India y Turquía, en cambio, mayoritariamente se inclinan en el reconocimiento social y la libertad de expresión. Por último, las relaciones afectivas encaminadas a formar una familia es lo que más felices hace a los rusos, donde 5 de cada 10 lo mencionan como fuente de bienestar.
Un dato revelador de dicho informe, es que al contrario de lo que se suele pensar, las redes sociales no se encuentran, de forma general, entre las posiciones más calificadas como “origen de la felicidad”, salvo algunas excepciones en determinados países. La explicación puede estar, principalmente, en la preocupación que generan en los usuarios las políticas de tratamiento y protección de datos, así como su cuestionada privacidad que sobrevuela constantemente en dichas plataformas.
En definitiva, ya lo decía Aristóteles (384 a.C – 322 a.C), “La felicidad depende de nosotros mismos”, aunque a veces haya factores externos en el mundo real que limitan nuestro propio bienestar físico, emocional y material, condicionando la percepción subjetiva de la felicidad.
1 La encuesta de autoevaluación de Cantril fue propuesta por el investigador social Dr. Hadley Cantril para medir el bienestar que siente una persona. Consiste en una escala numérica de 0-10, donde la parte superior representa la mejor vida posible y la parte inferior la peor vida posible. El participante deberá elegir su situación en dicha escala según considere.
2 Albert Hirschman, fue un economista alemán considerado como pionero de la Economía del Desarrollo. Su trabajo lo desarrolló principalmente en América Latina y es autor de la obra: “La estrategia del desarrollo económico” (1958).
3 Porcentajes recogidos del artículo “La Felicidad como medida del Buen Vivir en Ecuador” (2007) del mismo autor René Ramírez Gallegos.
Referencias Bibliográficas
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Un ranking de la felicidad sitúa a España en el último puesto de Europa. (2019, 5 de septiembre). El Independiente. Recuperado de
https://www.elindependiente.com/vida-sana/2019/09/05/ranking-la-felicidad-situa-espana-ulti mo-puesto-europa/
Más información y artículos del autor: https://uemc.academia.edu/MauroSGallardo
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Razón: El alumno semipresencial Mauro Gallardo Guerrero, de 3er Grado en Ingeniería de organización industrial, realiza un nuevo artículo de opinión sobre economía política.
Temática: ¿El dinero da la felicidad? En mi nuevo artículo menciono varios estudios que intentan confirmar lo que algunos afortunados ya saben. Sin embargo, cuando lo analizamos desde un enfoque puramente económico surgen ciertos matices que es interesante conocer.
¿El crecimiento económico aumenta el sentimiento de felicidad de la población?, ¿Para medir mi bienestar es necesario compararlo con el tuyo?, ¿Los pobres logran una satisfacción personal?, ¿Qué nos hace realmente felices? Son algunas cuestiones a las que se intenta dar respuesta.
Alumnos: Mauro Gallardo Guerrero.
Curso: 2020-2021.
Profesor responsable: Rosa María Arráez Betancort.