Gran Hermano es para mucha gente el nombre de un “reality” televisivo. Un programa en el que se hace edredoning y que puede servir de trampolín para ser un triunfito en lo de la prensa amarilla. Hay personas que no le dan más vueltas al tema y que se conforman con esto. Me alegro por ellos: «la ignorancia es la fuerza».
Lamentablemente, Gran Hermano existe. Es un ente que describía George Orwell en su libro futurista escrito en 1948. El curioso título se debe a que no sabiendo muy bien a qué fecha futura aplicar su imaginada sociedad se decidió por hacer un cambio numérico y situarlo en 1984.
1984, el libro, nos sitúa en una sociedad donde «la libertad es la esclavitud». El Gran Hermano, cabeza visible del partido único Ingsoc, nos dirige, decide por nosotros y nos libera de ser esclavos de tomar nuestras propias decisiones.
Desde los miles, millones tal vez, de cámaras y micrófonos situados en todo rincón de la supuesta civilización descrita, Winston Smith, el protagonista, puede ser observado. Al igual que en el “reality”, nada escapa al control del Gran Hermano, ni el más leve susurrar. Buen título para el programa de la tele donde los tórridos concursantes son, entre otros momentos, pillados bajo su edredón, para el morbo de los espectadores que por si no lo han entendido bien lo pueden leer subtitulado: Finea: – «Me pica un poco aquí, ¿qué tal si me la rascas Laurencio?». Por poner un ejemplo.
Hasta ahora lo le que le picaba a cada uno era cosa de cada uno o como mucho de cada dos y, claro, también era sometido a juicio. Ese ejercicio morboso de control se practicaba, fundamentalmente, en las porterías de las casas de vecinos. Hoy, con la tendencia hacia la naturalización de la pérdida de la privacidad, ya nada hay que no pueda ser sometido a la valoración social y al juicio de la tan poca juiciosa sentencia del populacho. Del derecho a la privacidad a la obligación de la exposición de lo íntimo, al parecer, no hay tanta distancia. Consérvense aún hoy las inexistentes cortinas en las viviendas holandesas, vestigio de una época calvinista en la que mostrar el interior de sus salones se hacía sin necesidad de cámaras web.
En el libro, el atormentado Winston Smith sirve como hilo conductor para contar la imaginada sociedad en el gris Londres ochentero. Al parecer, no le gustaban las dictaduras, ni siquiera las del supuesto proletariado y eligió irse saliendo del redil. Así que se fue rebelando, en su granja, mientras recordaba cómo era eso de volver a ser libre, esclavamente libre. Lamento hacer “spoiler” al contar que sus propios miedos y resistencias le harán perder ante ese Gran Hermano, mezcla entre Stalin y Hitler, que gritaba y agitaba al pueblo desde los medios incansablemente, ese… político que era capaz de ser continuamente incoherente.
Tan solo es cuestión de tiempo para que Alexia, el Internet de las cosas de nuestras casas, nuestros propios móviles, etc. consigan que cualquier pequeño Gran Hermano con -o sin- orden judicial pueda acceder a nuestras vidas, a nuestras conversaciones, a nuestras más íntimas intimidades, basta con no leerse las condiciones de privacidad. Tan sólo va quedando un espacio de libertad, nuestro pensamiento.
Cada vez que abro mi Facebook, inocente y desprevenido, me encuentro con la preguntita: ¿Qué estás pensando? Después la app instalada en mi “smartphone”, me recuerda algún evento de mi vida, no sea que se me olvide que ella y yo somos amigos. En todo caso, me da la opción de recuperarlo para mis seguidores e, incluso, de reescribir mi experiencia pasada si yo así lo considerase necesario. Indiscutiblemente, Orwell era un brujo, uno de los más inteligentes observadores que ha dado la literatura política. Me siento como el protagonista en su profesión periodística, cambiando el pasado, reescribiéndolo, reinterpretándolo… Así, en ocasiones, me lanzo a participar de la propuesta de Facebook y cambio el texto que escribiera en el pasado, practicando un poco de posverdad con mis propios recuerdos.
Orwell es cada vez más necesario y, tal vez por eso, me lo recuerdan cada semana, desde que leí el libro, hace unos 20 años los más afamados periodistas en sus tertulias, referenciando al citado autor en todo tipo de conversaciones. Palabras como orweliano, neolengua, desinformación, etc. son reiteradamente repetidas en sus diferentes debates políticos. Imagino que la lectura de Orwell será insistentemente propuesta para los alumnos de periodismo porque, de no ser así, se están perdiendo una buena parte de la información que los sesudos contertulios pretenden transmitir cotidianamente cuando se calientan contra el populismo, la manipulación mediática, la pérdida de privacidad o las actuales consignas lingüísticas del neofeminismo. En este aspecto, por ejemplo, nos aventuramos hacia la neolengua, ya anunciada por Orwell, y se va imponiendo en nuestras hastiadas vidas la idea de que las sesudas élites políticas están en lo cierto, al imponer ciertas correcciones en nuestro viejo lenguaje -al parecer inútil y obsoleto- en pro de un lenguaje más polarizado y más… igualitario, según dicen.
Creo recordar que Orwell decía de la neolengua que convertirá nuestras conversaciones en un ininteligible cua-cua-cua. Un cua-cua-cua en el que lo importante es la forma en la que pronunciamos los conceptos más que el fondo de lo que queremos decir realmente con cada frase. Los matices, la personalidad, la poesía, se pierden en una lógica autoritaria de las palabras imperantes en la que Pepito Grillo siempre estará ahí, para todos y todas. Según el partido único Ingsoc, la palabra bueno y su antónimo nobueno se sostienen con una lógica tan matemática como lo es usar la palabra dobleplusbueno para expresar algo por lo que, a buen seguro, valoramos algo positivamente justo el doble.
Y en esas estamos… Mientras algunos asistimos perplejos a una sociedad pasmada en la que los derechos y libertades de los humanos son trasladados al mundo animal y al tiempo los humanos se van acercando más y más a una libertad esclava de animales de granja conectados en esa gran Matrix que nos observa, dónde quedará la poesía, dónde el lenguaje, dónde el libre pensamiento. ¿Se perderá como lágrimas en la lluvia?
No puedo acabar sino con algo de frescura, frescura de cuando las frases no se preocupaban de ser transformadas en una ecuación llena de pluses, restas o iguales. Va por ti, Lope.
Acto III de La dama boba
FINEA
¡Amor, divina invención
de conservar la belleza
de nuestra naturaleza,
o accidente o elección!
Extraños efetos son los que de tu ciencia nacen,
pues las tinieblas deshacen,
pues hacen hablar los mudos;
pues los ingenios más rudos
sabios y discretos hacen.
No ha dos meses que vivía
a las bestias tan igual,
que aun el alma racional
parece que no tenía.
Con el animal sentía
y crecía con la planta;
la razón divina y santa
estaba eclipsada en mí,
hasta que en tus rayos vi,
a cuyo sol se levanta.
Tú desataste y rompiste
la escuridad de mi ingenio;
tú fuiste el divino genio
que me enseñaste y me diste
la luz con que me pusiste
el nuevo ser en que estoy.
Mil gracias, Amor, te doy,
pues me enseñaste tan bien,
que dicen cuantos me ven
que tan diferente soy.
A pura imaginación
de la fuerza de un deseo,
en los palacios me veo
de la divina razón.
¡Tanto la contemplación
de un bien pudo levantarme!
Ya puedes del grado honrarme,
dándome a Laurencio, Amor,
con quien pudiste mejor,
enamorada, enseñarme.
Bibliografía recomendada
- Lope de Vega. La dama boba. (Madrid, 28 de abril de 1613).
- George Orwell. 1984. (1949).
Razón: El profesor Alberto Pérez Sanz participa bimensualmente en Vuélcate con su sección La abubilla errante. En esta sección opinará sobre diferentes temáticas de actualidad.
Temática: La importancia de recuperar a G. Orwell para entender el presente.
Profesor: Alberto Pérez Sanz. Prof. Dpto. de Enseñanzas técnicas de la UEMC.
Especialización: Innovación alimentaria, viticultura y medioambiente.