Para Don Miguel Delibes (17 de octubre de 1920/12 de marzo 2010) el fútbol era una pasión, “auténtica pasión”, su primera afición deportiva: “Ni la caza ni la natación ni la bicicleta tiraron de mí con la fuerza que lo hizo el fútbol con 8 o 9 años”. Por lo mismo fue uno de los afortunados en ver nacer el germen del Real Valladolid en 1928, los tres estadios: el de la Plaza de Toros, el nuevo (luego viejo y ahora extinto Zorrilla) y el más nuevo, ahora avejentado Nuevo Estadio José Zorrilla.
Era más un abigarrado hincha que un aficionado al fútbol. Mostraba su “amor desmedido a la patria chica y su hostilidad al extranjero”. Lo primero era el triunfo de su Real Valladolid, luego ya vendría el espectáculo. “De muy pequeño hacía promesas al Todopoderoso si el Valladolid salía victorioso en Las Gaunas o el Infiernillo (estadio a saber)”, mientras, ya en los partidos de casa, confortaba su alma sólo con las arengas de la parroquia vallisoletana que se congregaba en el campo. Aunque tampoco dejó de ser crítico con los suyos: “Si son unos mantas”, decía a voz en cuello tiempo después viendo jugar al Pucela.
Al igual que sus hermanos, Miguel se aprendía de ‘pe a pa’ las alineaciones de los equipos de Primera, Segunda y Tercera, categoría por la que también vio transitar al equipo blanquivioleta. Y los entrenadores, los campos de fútbol y los resultados. Una visita a ‘Casa Baticón’ y a su pizarra de partidos de la jornada y de un vistazo era capaz de retenerlos todos. De vuelta al hogar iba analizando los pormenores. Esa misma memoria que luego pondría en práctica para recitar los artículos del Código de Comercio de Derecho Mercantil aunque “las cosas aprendidas por gusto se pegan más que las asimiladas por obligación”, decía.
Una cosa muy seria
Como el fútbol “era una cosa muy seria”, en 1932 y ávido de darle un carácter científico, el jovencito Delibes inventó una máxima fruto de su observación. “El equipo que, después de perder en casa, visita a otro que viene de ganar fuera, si no se alza con el triunfo, sumará al menos uno de los dos puntos en litigio”. Años más tarde, los encargados de los pronósticos de la quiniela y los cronistas deportivos de ‘El Norte de Castilla’, colegas de Don Miguel, bautizaban esta como la ‘Ley Delibes’.
Ceder al portero era de cobardes
Sañudo, Cimiano, Susaeta, Escudero y Álamo, el ataque del Real Valladolid de antes de la guerra; el penalti que detuvo el portero del Avilés Sasá a Pablito López y que le quebró la mano fruto del potente disparo; cuando “lanzar un pase atrás o cederle la pelota al portero era una vergonzosa claudicación. Era de cobardes…”; la final de la Copa del Rey ante el Athletic, la semifinal ante el Atlético en el Metropolitano y el gol de empalme de Sañudo; el día en el que siete futbolistas del Valladolid (Lesmes I, Lesmes II, Babot, Ortega, Lasala, Aldecoa y Coque) fueron convocados -aunque de forma efímera-para la selección nacional…
Antes que eso y también de que fuera caricaturista y redactor de deportes de ‘El Norte de Castilla’ o de la revista ‘Vida deportiva’ con el pseudónimo de Miguel del Seco, fue también un practicante insistente. “A los doce años, el fútbol estaba en todas partes. Casi como Dios, lo impregnaba todo”. Canicas, chapas, botones, pelotas de trapo, ‘futbito’ en el Campo Grande o el fútbol de verdad con “balón ensebado y camisetas para jugarlo en los campos del Colegio”. Jesuitas (o Jeringuillas) contra Baberos; San José frente al Lourdes; o los duelos ante los Huérfanos de Caballería, los verdaderos galácticos de esa época…
Como futbolista era un extremo de no mucho cuerpo, un poco de miedo (o mucho), finito driblador y poco corajudo. Un delantero, como él se definiría, algo “fifiriche”, de poco peso, más dado a una subida dura y exigente en bicicleta que a aceptar un choque contra un rudo defensor desconsiderado. Además, como señala en el libro ‘Mi vida al aire libre’: “Mis disparos a puerta eran follones, flojos, rasos e inofensivos”, aunque el verdadero problema era meter la cabeza y golpear con la correa con la que se cosía la abertura del balón de cuero. Ese dolor que te dejaba paralizado cuando no inconsciente. Aun así, la picardía era pan de cada día: “Uno está acostumbrado a sacar cuezo cuando juega a las canicas o a tirar una falta en el momento en que el guardameta está distraído”. No era como en el tenis y esa refinada deportividad caballeresca que exigía antes de sacar el prioritario y amable play y la réplica del contrincante ready. Jugador de dos caras.
Con el tiempo y la edad terminó declinando el puesto en el ataque al de portero del Sedano FC, su pueblo de adopción, en partidos de verano, o en encuentros de solteros contra casados no por ello exentos de exigencia y competitividad en plenas fiestas en ese fútbol por él mismo definido como “rural, entusiasta y sudoroso, valiente y fatalista”.
El Delibes, ilustrador y cronista deportivo
Con poco más de veinte años comenzó dibujando «monos» sobre fútbol. Unos bosquejos de jugadores en variados escorzos futbolísticos que ilustraban las crónicas de los redactores deportivos y publicados en ‘El Norte de Castilla’ en un momento en que no era sencillo editar fotografías.
Avanzados los años 50, Miguel Delibes empieza a insertar sus crónicas balompédicas en ‘Vida deportiva’. Se trataba de una cuidada revista en color sepia editada en Barcelona por Destino. Así, cada vez que el Español o el FC Barcelona visitaba el Viejo Estadio de Zorrilla, Miguel Delibes mandaba una o dos piezas en la que se reflejaba la ‘crónica’ y la ‘caseta’, o lo que ahora sería el resumen del partido y los vestuarios, jugadores y entrenadores.
Tal vez sólo había una cosa que hacía perder el hilo del fútbol a Miguel Delibes. Esa era un buen día de caza en temporada alta. Su hijo Germán ya señaló que el fútbol para Delibes era “una pasión desordenada”. Aún recuerda éste cómo, ante uno de esos domingos prometedores de batir buenas piezas, Miguel Delibes se marchaba temprano con su escopeta en mano para regresar a media tarde. Evidentemente al partido de marras no podía acudir así que mandaba de ‘enviado especial’ a su hijo Miguel que, con nueve o diez años, era el encargado de recoger las alineaciones, los goles y los aconteceres del partido. Cuando a media tarde en la casa de los Delibes se recibía la llamada de teléfono desde Barcelona para ‘cantar’ la crónica del encuentro de ese día, Miguel Delibes padre salía en albornoz y zapatillas, recién salido de la ducha tras un intenso día de caza, y relataba la misma de oídas aunque con una intensa fogosidad: “En el minuto catorce, Matito, de soberbio testarazo batió irremisiblemente al meta del Barcelona Ramallets…”.
Pero en el fondo de su corazón, Delibes era blanquivioleta. Cuando ya no acudía al fútbol y su equipo cayó en el descenso a Segunda división, creyó oportuno sacarse el abono pese a que reconocía que no iba a acudir a ningún partido. “Hay que apoyar ahora más que nunca”, señaló, y, con las mismas, mandó a su hija Elisa a por el carné de socio del Pucela. Cuando Elisa llegó al club y señaló que el abono no era para ella sino para su padre, y resolvió todas las preguntas acerca de por qué no viene su padre a por él, y que cómo se llama su padre, y ella contestó que Miguel Delibes, el club le regaló una camiseta firmada en muestra de su apoyo incondicional.
El balompié “contraprogresa”
Delibes analizó y opinó con tino acerca del fútbol que nos tocaba vivir en la década de los ochenta en ‘El otro fútbol’. El balompié “contraprogresa. Ahora lo que impera es no dejar jugar y destruir más que crear”. Lo relevante ya no es, decía “la agilidad o el gambeteo sino la preparación física. Un buen futbolista no es un malabarista, sino un atleta”. Eso a su juicio le ocurría a la España ochentera y su combinado nacional, de “fútbol flojo, tenue y de floritura, con la pólvora mojada y escaso de disparos desde lejos”. Ya no sabemos tirar a gol al igual que lo hacía Lángara y sus trallazos. En su ideario de otro fútbol, más nórdico o italiano, de pases al espacio, velocidad y disparos lejanos, entrañaba el único camino para romper los cerrojos, los marcajes y las férreas defensas vigentes. No era desdeñar el fútbol arte (Don Miguel sí que vio después el fútbol del FC Barcelona de Guardiola) pero sí comulgar con un modelo más ‘mouriñista’, vertical y de contragolpe. No en vano, Don Miguel admiraba a Helenio Herrera, que llegó a España para entrenar primero al Valladolid, y del que siempre se dice tenía muchas coincidencias con el técnico portugués ahora del Inter.
¿Y España? Pues desde ‘la furia’ hasta la actual ‘roja del tiqui-taca’, pasamos una travesía en el desierto en el que no teníamos fórmulas de juego ni estilo. El Mundial 82 fue la debacle y es que nuestra selección salía a jugar “nerviosa, crispada”. “España padece una fragilidad doble. Frágil moral y frágil condición física. Sin personalidad”, señalaba con la escopeta cargada y con acierto Don Miguel.
Un equipo de letras con Delibes
No siempre el fútbol fue vilipendiado por la literatura y las almas cultas. Sí que es verdad que, aparejado a la concepción de opio del pueblo, aletargamiento de las clases populares que en plena revolución industrial habían encontrado en ese pasatiempo una forma de apaciguar la lucha de conciencia de clase, este deporte fue o bien criticado o ignorado por completo en un momento de la historia. Era un territorio sobre el que no merecía la pena gastar una línea.
Ya es sabido por todos que Borges clamaba contra el fútbol diciendo que “es popular porque la estupidez es popular”; “Once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no es especialmente hermoso y es que el fútbol despierta las peores pasiones”.
Sin embargo, otros muchos escritores y filósofos se sumaron a aquellos que no sólo pusieron su cabeza al servicio del fútbol, también y aunque fuera a nivel amateur, sus piernas y su cuerpo entero. Albert Camus, que fue portero en un equipo de Argelia, señaló: “Lo que sé, acerca de la moral y de obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Heidegger, el filósofo del siglo XX, elogiaba al gran Frank Beckenbauer, digno de su admiración.
El mexicano Juan Villoro, Nelson Rodrigues, Eduardo Galeano, ‘El negro’ Roberto Fontanarrosa, Oswaldo Soriano, Mario Benedetti pertenecen a la mucha literatura que desde la América Latina se ha escrito sobre fútbol. Todos ellos practicantes hasta donde pudieron o hasta donde les llegó. Como decía Fontanarrosa, el autor del mítico cuento ‘Puntero izquierdo’: “¿Sabés por qué no jugué al fútbol profesional? Por dos razones. Mi pierna izquierda y mi pierna derecha”.
Juan García Hortelano, Vicente Verdú, Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Vicent, Javier Marías, Nick Hornby, Gonzalo Suárez, Peter Handke, Rafael Alberti, el vallisoletano Miguel Delibes y otros muchos. Todos ellos vivieron la pasión del fútbol en sus carnes de una u otra forma.
Dinero que empobrece al fútbol
Crítico también con los estamentos futbolísticos, Delibes, no entendía ni un Mundial con tantas selecciones, ni los periodos de concentraciones excesivos por largos, ni que un encuentro se resolviera en penaltis y no en un partido de desempate. Nuevamente, señalaba que debía preponderar la emoción y no la arbitrariedad. Si como decía Julián Marías, el fútbol proporciona a los espectadores un viaje a la infancia, todo esto se iba pervirtiendo cuando el juego, el ‘homo ludens’ de Johan Huzinga, fue dejando paso al futbolista profesionalizado que compite solo por pecunio. “El dinero que hoy gira alrededor de este deporte enriquece a los futbolistas pero empobrece al fútbol, cada vez más burocrático, insoportablemente conservador, repetitivo y enfadoso”, reclamaba.
Las vallas de los estadios, el fanatismo excesivo, las rigurosas tácticas y severos sistemas de juego, la falta de espectáculo (“El fútbol actual se sirve en seco, sin salsa ni aderezos”) fueron haciendo perder el fuego de esa pasión de años más jóvenes. Y como reza el dicho popular: “A la lumbre y al fraile no hay que hurgarle”, Delibes se fue haciendo a un lado del fútbol en directo pasando a ser mero espectador televisivo en pantalla grande como lo hacía con el ciclismo o el tenis, otras de sus aficiones que podía contemplar hasta altas horas de la madrugada, regodeándose con las repeticiones. Y reconociendo a la vez: “La claudicación, el retiro de todas aquellas actividades que hemos amado con pasión es una muerte pequeña…”.
Aun así Don Miguel siguió caminando, caminando y caminando… y al que le paraba en pleno paseo matinal, y preguntaba:
-Qué, Don Miguel, ¿a hacer piernas?
Contestaba de esta guisa:
-Mire usted, eso es mucho pedir. A mi edad, me conformo con conservarlas.
Razón: Santiago Hidalgo Chacel publica periódicamente en el diario El Norte de Castilla un artículo de opinión de temática deportiva. Algunos de esos artículos junto con otros inéditos serán publicados mensualmente en Vuélcate en su columna Sin perder el norte.
Temática: Don Miguel Delibes tuvo una relación muy cordial con el deporte, con el fútbol y con el Real Valladolid. También con el fútbol en general: “rural, entusiasta y sudoroso, valiente y fatalista”. Este relato forma parte del libro Las caras del deporte vallisoletano de los autores Santiago Bellido y Santiago Hidalgo, editado por Libertas.
PAS: Santiago Hidalgo Chacel. Gerente de la Fundación UEMC.
Especialización: Periodismo deportivo.