En la segunda mitad del siglo XV los reinos de Castilla y de León se tambaleaban a merced de las banderías lideradas por príncipes e infantes, por nobles, condes, duques y marqueses y por obispos, arzobispos y cardenales. La debilidad y falta de descendencia de Enrique IV no dibujaba un futuro claro y mientras unos se arrimaban al monarca, otros conspiraban a sus espaldas.
El rey era impotente, especialmente en la faceta sexual. No hubo hechos consumados con su primera esposa Blanca I de Navarra, ni tampoco parece que los hubiera con la segunda, Juana de Portugal. Pero hete aquí que en 1462 Juana parió a Juana y todas las miradas se volvieron a Beltrán de la Cueva, el valido del rey. Y visto lo visto, los partidarios de que la sucesión a la corona recayera en los hermanos paternos del rey, Alfonso e Isabel, consiguieron finalmente que Enrique IV declarara a Isabel como princesa heredera, certificando así la ilegitimidad de su hija Juana “La Beltraneja”. Estos hechos se consumaron con la firma de los Pactos de Guisando en septiembre de 1468, dos meses después de la muerte de Alfonso.
A partir de aquí se desató una frenética carrera por casar a la princesa de Asturias. Entre los partidarios del rey y los consejeros y protectores de Isabel se sucedieron los desencuentros y los encontronazos, los tira y afloja y los dimes y diretes llevados a uña de caballo por mensajeros y correveidiles. La princesa heredera de los reinos de Castilla y de León tenía pretendientes en media Europa. El rey intentó el enlace con Portugal y con Francia, pero la elección de nuestra Isabel de Castilla era Don Fernando, un mocetón de 17 años, rey de Sicilia y príncipe heredero del reino de Aragón.
Los acontecimientos se precipitaban y la boda aragonesa debía celebrarse cuanto antes, ya que el rey regresaba de Andalucía para impedirla. Por ello, la ceremonia se preparó en secreto en Valladolid, «logar bien sano, Dios loado, más seguro y pacífico», según decía la moza Isabel con sus 18 años. Y el novio aragonés hubo de ir a la ciudad castellana de incógnito, camuflado como un simple lacayo de comerciantes, un arriero que cuidaba las mulas y servía la cena. Un cantarcillo comenzaba a escucharse entre el populacho favorable a los novios: Flores de Aragón, flores de Aragón…
Para rizar el rizo, los novios eran primos segundos y para casarse necesitaban una bula o dispensa papal que no llegaba porque el Papa Paulo II estaba muy presionado por el rey francés Luis XI para impedir la unión de Castilla y Aragón. Pero el legado pontificio Véneris enviado a Castilla convenció al Papa de la conveniencia de la boda, así que para no enfadar al francés el Papa indicó a su legado que dispensara a los novios en el foro de la conciencia, o sea, en secreto. Sin embargo, como la bula debía leerse públicamente el documento tuvo que ser falsificado por el propio legado, con firma del anterior Papa Pío II y con la complicidad del arzobispo Carrillo. Hechos consumados.
Los esponsales -asimilables al matrimonio civil- tuvieron lugar el 18 de octubre de 1469 en la Sala Rica del palacio de Juan de Vivero, contador mayor del reino. La misa nupcial se celebró el 19 en el oratorio de la misma casa. Y la coyunda tuvo lugar esa misma noche en el castillo de Fuensaldaña, según pudieron corroborar testigos cualificados. Hechos consumados. Regocijo popular. Flores de Aragón, dentro en Castilla son.
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Razón: ‘Enfoque Tomix’ es una selección de imágenes comentadas con las que descubrir algo nuevo a través de la óptica particular de @DaniTomix (Instagram y Twitter).
Temática: La boda secreta de los Reyes Católicos.
PAS: Daniel Tomillo Colomo. Departamento de Admisiones y Marketing UEMC.
Especialización: Observar, indagar para descubrir algo y aprender antes de dormir.
[…] el último tercio del siglo XV, cuando se escuchaba eso de «Flores de Aragón, dentro en Castilla son», los Enríquez, Almirantes de Castilla, construyeron en Simancas este singular castillo. Pero los […]