El VOR como testigo
No había concluido el partido y salió de estampida. Más rápido que inmediatamente. Se levantó de su asiento, fue pidiendo disculpas a los compañeros que ocupaban los sillones del palco a los que molestaba en su tránsito hasta que entró de manera acelerada en la sala desde donde se accedía al ascensor para bajar al primer sótano, lugar en el que había aparcado el coche. Siempre hablador, siempre comunicativo de las maniobras, avances, tácticas y evoluciones de su equipo, sin por ello entrar en el terreno de la crítica negativa, Alonso González se pasó toda la segunda parte del encuentro sumido en un silencio letal. Estaba quizás dando vueltas a lo que había sucedido en la zona vip del palco antes del comienzo del partido y luego en el intermedio. Ni siquiera el resultado en contra era capaz de ocupar algún resquicio de sus pensamientos. Ni siquiera eso.
Aquella era la confirmación de que sus comentarios y opiniones comenzaban a dejar de contar y de que la línea a seguir y las directrices del club estaban francamente en contradicción con lo que él pensaba. Después de tantos años. Hay que ver…
No es que él no respetara las decisiones de la mayoría, que sí que lo hacía, es que se dio cuenta de repente de que estaba solo, como en un islote, aislado ante las voces de todos que habían optado por excluirle.
Sí que es verdad que Alonso era accionista minoritario, pero, sin embargo, el peso de la experiencia había contado y mucho en anteriores medidas tomadas por el club. Se le veía como una referencia, un faro donde poder encontrar la luz a muchas respuestas. Pero ahora, apagado.
Porque en el descanso y el consiguiente vino español del palco, cedido gustosamente por uno de los patrocinadores del club, fue invitado al mayor de los vacíos. Nadie le dirigió la palabra. Y eso que en círculos pequeños solo se hablaba de una cosa: las obras de adecuación del estadio.
En realidad, Alonso no estaba en desacuerdo con todo esto, aunque sí con las formas de hacerlo. El fin no siempre justifica los medios fue lo que en repetidas ocasiones les había trasladado a sus compañeros directivos, cayendo todo en saco roto. La última vez, ese mismo día, antes de comenzar el partido. El asunto terminó en una acalorada discusión entre todos, zanjada después con su comentado aislamiento y con una despectiva carga de profundidad dirigida claramente hacia él: El fútbol de hoy en día no es como el de antes. Todo ha cambiado mucho. Era como abrirle la puerta de salida del club. Tú no tienes sitio en ‘nuestro’ nuevo fútbol. Estás anticuado. Es el momento de echarse a un lado y dejar paso.
Así que, con el equipo perdiendo en casa por primera vez en esa temporada, cosa que también le hacía aumentar su hastío, decidió poner cual fuego en culo las de Villadiego. Total, nadie lo iba a echar en falta.
Como siempre, de forma cortés, aunque esta vez apresuradamente y algo azorado, se despidió de las azafatas, se puso el sombrero, cogió su bastón y pulsó el botón del ascensor. En ese momento, otra persona abandonaba sigilosamente el palco y se dirigía también a tomar el mismo montacargas. Pocos se percataron, pendientes como estaban del partido.
— ¿Cómo te marchas tan pronto, Alonso? —le dijo.
—Bah, no puedo más. Estoy algo cansado…
—Espera que bajo contigo.
El estrecho ascensor viejo y de acero oxidado se cerró y en esa medio penumbra se quedaron ambos sin mirarse ni dirigirse la palabra. Silencio. En ese momento Alonso sintió un pinchazo en el cuello como si fuera con una jeringuilla muy fina. Miró a su acompañante que impasible, con los ojos inyectados en sangre, parecía decirle que así eran las cosas. Que su final estaba cerca. Extrañado, él no acertó a decir ni hacer nada. Tampoco podía pensar. ¿Qué le ocurría? Un descenso de dos pisos se convirtió en su peor pesadilla. Era como si se tratara de la bajada a los mismísimos infiernos. Solo que no hacía calor. Pronto notó vértigo, picor en la boca y un malestar general combinado con calambres y arritmia. Era una sensación muy extraña. Como si su cabeza aumentara progresivamente de tamaño de forma desmesurada. ¡Qué le estaba pasando! ¡Por Dios!
Dando algún tumbo, salió y abandonó el elevador como pudo hacia el rellano de una sala. En el camino perdió el bastón y se le cayó el inseparable sombrero Panamá que portaba en verano para protegerse del sol. Con todo el mundo pendiente de la recta final del partido, fue avanzando torpemente en el pasillo hasta dar con la puerta de la sala VOR (Video Operations Room) donde el colegiado y los técnicos estaban revisando en ese preciso momento un posible penalti a favor del equipo visitante. Allí se congregaban el árbitro responsable del VAR, un ayudante del árbitro (AVAR), y un operador de video al cuidado de más de 16 cámaras que se pasaban de forma alternativa en las ocho pantallas de plasma que se situaban enfrente de ellos. A su disposición. Esta temporada, a modo de prueba y en las competiciones ligueras, así como también en la Copa del Rey, las salas VOR habían salido de su tradicional emplazamiento en La Ciudad del Fútbol de Las Rozas para situarse en cada uno de los estadios donde se jugaba el partido. Y no en camiones o unidades móviles cerca del estadio, no. In situ, dentro del mismo. Era una cuestión de cercanía. Una prueba piloto.
—¡Espera, espera, no reanudes! —dijo mientras lo veía en la pantalla el árbitro VAR al colegiado que, con el pinganillo, estaba dirigiendo el partido desde dentro del campo—. Estamos ahora chequeando un posible penalti —se refería a una posible mano del defensor local.
En pocos instantes la actividad parecía frenética, la concentración era máxima en la comprobación de esa posible pena máxima a favor de los forasteros. El VAR se fijaba en la pantalla situada enfrente de él para comprobar desde qué preset (referido a las diferentes tomas que tiene en su pantalla) elegir la mejor perspectiva para visualizar la acción. Los ojos del árbitro, ayudante y operador se fijaban en ella ahora.
—Quiero ver la posible mano —le dijo de forma interna el árbitro VAR al operador de cámara. Este buscaba, dentro de las diferentes tomas, más de una decena y desde diversos puntos del campo, cuáles eran las mejores para ofrecérselas. Así le mostraba, casi de inmediato, tres imágenes, todas ellas pasadas a una velocidad reducida de un 20% con el fin de comprobarla de manera más precisa.
—Pásala otra vez. Otra, otra, otra vez —siguió diciendo este a su compañero de habitáculo. —Esta mano es sancionable. Quiero ver ahora toda la APP (jugada de ataque) —. Lo hacía para verificar que en el transcurso de la acción anterior no hubiera habido una infracción o fuera de juego del equipo atacante que imposibilitara que el penal fuera decretado.
—¡Esperen, esperen, no saquen! Se está revisando un posible penal —se refería en este caso el árbitro de campo a los futbolistas con el fin de que estos estuvieran algo más sosegados y conocieran por qué el juego estaba interrumpido.
—¿Cómo vais? ¿Podemos reanudar? —preguntaba el colegiado al VAR mientras esperaba pacientemente con un dedo en la oreja, haciendo saber al público que la jugada se estaba revisando.
—Estamos comprobando la APP … porque hay un penalti, —siguió diciendo el árbitro VAR—. Mira Francisco—que era como se llamaba el árbitro de campo— el balón le golpea en la mano al número 3 y la tiene por encima del hombro. Te recomiendo un ‘On field review’—le decía de esta guisa que fuese a mirar el monitor que se sitúa en las proximidades del campo y que lleva el nombre de esas iniciales en inglés (OFR).
Mientras el árbitro se cercioraba de que no había intromisiones de jugadores, entrenadores y demás personal en las cercanías de la cámara OFR, se dispuso a ver la jugada con las tres tomas que previamente le había seleccionado el operador anteriormente al VAR. A los quince segundos, después de verlas todas un par de veces, rectificó y anunció primero a los miembros de la sala VOR.
— Vale, perfecto, es cierto que el balón contacta con el brazo por encima del hombro totalmente despegado del cuerpo. Voy a pitar el penalti, ¿de acuerdo?
A la vez que decía esto volvía de nuevo al terreno de juego dibujando una televisión con sus brazos a la vez que señalaba la máxima pena a favor de los visitantes desdiciéndose de lo indicado anteriormente.
Mientras el ascensor hacía de inmediato el camino de vuelta hacia el palco y en la sala VOR estaban todos comentando y repasando una y otra vez la jugada, Alonso, con la cara desencajada y una manifiesta fibrilación ventricular, intentaba en vano que alguien le prestara ayuda. Por momentos le faltaba el aire. Pero las personas de dentro de la sala no estaban para eso, inmiscuidas en esa jugada polémica.
Lo siguiente fue que Alonso se desplomó inexorablemente justo a la puerta aledaña, dando un golpe seco contra el suelo.
Solo cuando la jugada terminó justamente (o injustamente) con la corrección y señalización del penalti por parte del árbitro, el ayudante del VAR abrió la puerta y se encontró con el cuerpo inerte. Apenas puso avisar por el intercomunicador exterior a que alguien viniera a buscar a un hombre mayor que parecía estar desmayado a la misma puerta de la habitación. No se movía. Para entonces, el enfurecido público local estuvo más de un minuto profiriendo una sonora pita mezclada con un intenso pataleo que se escuchó con estruendo en las mismas tripas del campo. Era una tarde de muchos penaltis, pero este que se había ‘rearbitrado’ y sancionado finalmente era en su contra.
Allí apareció la Cruz Roja, un médico y una Unidad Móvil, pero nada pudo hacerse por salvar la vida de Alonso. Y eso que ellos lo intentaron con masajes cardiacos. Moría allí una de las personas que en los últimos años más hizo por el club. Había dado, materialmente, su vida por él.
La primera muerte del ‘videoarbitraje’, señaló alguno de los periodistas malintencionados que presenciaron el encuentro, al enterarse después de la noticia. No será la última a este paso, dijo otro, entrando ya en la crítica hacia esta innovación tecnológica, decía él a veces maldita; otras, incomprensible, que esa misma tarde les había privado de un mejor resultado futbolístico. Tantas cámaras hacia dentro del campo, para luego incluso fallar, y qué pocas, hacia afuera. Qué contradicción. Tal vez si alguien lo hubiera visto antes, este señor podría haber salvado la vida, significaban otros, con más delicadeza en sus apreciaciones.
Alonso, con 73 años y problemas de corazón, cayó desplomado. Se encontró indispuesto y viendo que no mejoraba se marchó para su casa antes de acabar el partido. Un infarto, muy probablemente, fueron las palabras oficiales emitidas por el club en una sala de prensa hundida más por este hecho que por la primera derrota sufrida esa campaña después de cinco partidos sumando puntos. Se iba, además de un gran tipo, una de las personas que más demostró llevar dentro los colores de este club. Y eso la gente lo sabía.
Así que el VAR, con lo poco que le gustaba a Alonso, con la de veces que había renegado de este sistema que aletargaba aún más a su juicio la competición y exigía una nueva interpretación, fue lo último que este vio antes de partir hacia el otro barrio. Porque ¿qué es el error manifiesto y grave? ¿Cuándo es y cuándo no lo es en supuestos casos como las manos? ¿Por qué, aunque se chequeaba todo el partido, solo entraba a juzgar en cuatro supuestos tipificados? En su opinión, la falta de rapidez e inmediatez en las decisiones iba en contra del necesario ritmo y emoción que debían tener los partidos. El fútbol que a él le gustaba. Así, ocurría muchas veces que un partido se hacía interminable, o que los propios goles, la salsa de este deporte, no se celebraban como se hacía anteriormente, siempre pendientes de esa revisión que podía dar al traste con toda esa alegría desplegada anteriormente o contenida. Quizás fuera una buena herramienta, pero había que depurarla. En descargo de esta argumentación del bueno de Alonso siempre se podía constatar que un deporte tan potente a nivel mundial necesitaba del apoyo de la tecnología y que el fútbol, sin ser perfecto, con el VAR era más justo, pese a que la polémica y la interpretación seguían a menudo cuestionando esta medida. Era más justo, sí, aunque no del todo, ya que ninguna de las jugadas era igual a otra.
Lo que parecía indudable era que el VAR había quitado un gran problema al árbitro de campo, ya que corrigiendo y subsanando una decisión errónea, se evitaba que este no pudiese luego dormir en toda la semana pensando en la posible acción arbitrada desde un error humano. Además, en el 94% de las veces, la decisión rectificada del VAR era la correcta.
Sin embargo, para Alonso había sido un mal final y en mal sitio, sin duda. Murió en el propio estadio que tantas veces visitó y tantas horas de desvelos y trabajo le ocuparon en su vida. Era esta una de las peores noticias de una temporada que había empezado allá por el mes de junio con renovadas esperanzas y como siempre calor. En el pensamiento de otros, esta circunstancia no era otra cosa que los primeros daños colaterales…
Razón: Santiago Hidalgo Chacel publica periódicamente en el diario El Norte de Castilla un artículo de opinión de temática deportiva. Y su afición por el deporte se ha visto plasmada en su primera novela, presentada en la Federación de Fútbol de Castilla y León. “El club en sus manos” es un escrito de ficción e intriga que homenajea a Joseba Aramayo (masajista y ex portero del Real Valladolid).
Temática: Primer capítulo de la novela El club en sus manos (2021), editada por Fuente de la Fama.
Sinopsis: Un antiguo presidente muere en el propio estadio a las puertas de la sala VOR. Varios asuntos turbios dentro de un club de fútbol se van destapando a medida que avanza la novela… Son solo algunos de los males endémicos y cotidianos que sobrevuelan este mundo del balón redondo. Sin embargo, el masajista Joseba Lazcaray, la persona encargada de sacar a la luz todo este entramado, tiene una contradicción interior. Contarlo todo y que el club posiblemente desaparezca por completo después de más de 90 años o permanecer en silencio, negando la mayor…
Una reflexión sobre el fútbol actual y el deporte que vivimos.
PAS: Santiago Hidalgo Chacel. Gerente de la Fundación UEMC.
Especialización: Periodismo deportivo.