Hacer turismo ya no es lo que era, viajar por placer. O al menos para que lo siga siendo hay que currárselo mucho. Si tu destino no es un secreto, habrá otros cientos o miles de turistas que compitan contigo directamente por el alojamiento, el aparcamiento, la comida, las visitas que no te puedes perder… Como si fueran ”Las Rebajas de locura” de El Corte Inglés de 1995. En muchos lugares hemos pasado de abrazar el turismo de masas a no saber qué hacer con el turismo masificado. Hemos pasado del «cuantos más mejor» al «esto está petado».
Antes de ir (¡mucho antes!) hay que hacer una investigación concienzuda y estar espabilado para garantizarse unos mínimos: alojamiento, alguna comida en sitio con puntuación superior a 4 en las reseñas y una visita imperdible, por ejemplo. ¿Dónde ha quedado ese turismo de aventura? Y no me refiero a tirarse por un puente o hacer el cabra por un barranco, no. Me refiero a explorar por tu cuenta descubriendo caminos, rincones o el patrimonio de los pueblos y ciudades sin la necesidad y el corsé de tener un programa milimétricamente preparado para ver la iglesia a las 9:45 h., el museo a las 10:30 h. (con entrada ya sacada, faltaría), tomar un café a las 12:15 h. en la cafetería Palique (sí, en esa misma, que es la que pilla de camino), subir al mirador de la atalaya a las 12:47 h. para coger sitio y ver la alineación del sol con la punta de la cruz de la torre de la iglesia cuya sombra se proyecta marcando exactamente las 12:52 h. en el reloj del Ayuntamiento, bajar corriendo para tomarte el vermú antes de que no haya sitio en las terrazas y llegar a tiempo al restaurante (con reserva, obviamente) para comer en el turno asignado. Porque esa es otra: ahora hay restaurantes que trabajan con turnos de comida y tienes que ahuecar el ala a una hora determinada. O sea, que vas a disfrutar de la gastronomía local y te la tienes que empujar como si estuvieras en un McDonalds. No da tiempo para el postre y ni hablar de chupitos. El estrés del turista. Y por si fuera poco, mientras comes atragantado los siguientes inquilinos de tu mesa te observan impacientes desde la barra y no dejan de cuchichear:
– «Mira, la chica parece que no quiere más»
– «¡Vaya!, el chico se va a comer lo que ha dejado la otra».
Pues eso, que esto está petado. La experiencia del turista está en declive. Y la vivencia y convivencia del residente se resienten, mucho, así que la gente se irrita y protesta. Pero lo peor es que para una industria vital para la generación de ingresos y empleo no hay una solución sencilla ni rápida; al menos no por parte de las administraciones públicas. Aunque sí tiene solución por tu parte: seguir disfrutando del placer de viajar para explorar y descubrir otros muchos lugares no tan conocidos. Eso sí, si encuentras un sitio guay donde disfrutes a lo grande, ni se te ocurra ponerlo en el insta o contárselo a nadie.
Ya en 1975, el economista británico George Doxey definió el “Índice de irritación turística” que señala las 4 etapas por las que pasan los residentes de un destino a medida que recibe más turistas: euforia, apatía, irritación y antagonismo (o turismofobia).
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Razón: ‘Enfoque Tomix’ es una selección de imágenes comentadas con las que descubrir algo nuevo a través de la óptica particular de @DaniTomix (Instagram y Twitter).
Temática: Turismo masificado.
PAS: Daniel Tomillo Colomo. Departamento de Admisiones y Marketing UEMC.
Especialización: Observar, indagar para descubrir algo y aprender antes de dormir.










































